Mentimos mejor cuando nos mentimos a nosotros mismos.
STEPHEN KING, escritor estadounidense.
¿Qué es mentir? Tal vez la definición más ajustada en consonancia con los postulados de San Agustín y Santo Tomás de Aquino sea «utilizar un lenguaje contrario a lo que se piensa con la intención de engañar». Sin embargo, afortunadamente, no siempre decimos lo que pensamos y en ocasiones disfrazamos la mentira de piedad para evitar un daño mayor a algún ser querido.
Sea como fuere, mentimos mucho más a menudo de lo que nos gustaría admitir. A veces, sobre cosas triviales o aparentemente sin importancia, como cuando nos preguntan cómo va todo y contestamos que nos va bien para no tener que explicar qué parte de nuestra vida no va tan bien como quisiéramos. Otras veces, la mentira es menos inocente. Por ejemplo, mentimos sobre nuestro sueldo por vergüenza o por querer aparentar un poder adquisitivo mayor que aquel que tenemos realmente (o menor, vaya usted a saber). Mentimos sobre los sitios a los que hemos viajado, las veces que hemos tenido sexo en un día, en una semana, en un mes, en un año o en una vida. Mentimos sobre el motivo que nos ha hecho llegar tarde al trabajo, o sobre la razón que nos ha impedido entregar a tiempo un artículo o una novela. Mentimos cuando picamos en la casilla de «he leído y acepto las condiciones de uso». Mentimos cuando la Guardia Civil nos pregunta si hemos bebido en un control de tráfico, cuando no queremos quedar con el amigo más plasta o cuando queremos justificar nuestra ausencia en una reunión de la comunidad de vecinos.
Hay mentiras peores, claro. Como las que ocultan una infidelidad, las que se esgrimen para no admitir que nuestra relación de pareja se va al garete, las que falsean las noticias en los telediarios, las que defienden argumentos falaces en los parlamentos… La historia está llena de mentiras y lo peor es que muchas de ellas se convierten en verdades de tanto repetirse.
El cine y la literatura han popularizado algunas mentiras que hoy en día se dan por verdades indiscutibles. Te pondré un ejemplo simpático: Siempre hemos creído que los emperadores romanos condenaban a morir a los gladiadores vencidos en la arena mostrando el pulgar hacia abajo. Pues nada más lejos de la realidad. Sin embargo, Hollywood nos ha convencido de ello hasta tal punto que lo juraríamos ante cualquiera. Lo que de verdad ocurría era justo lo contrario: si el emperador consideraba que el gladiador vencido debía morir, mostraba su pulgar hacia arriba para dar el visto bueno al vencedor de que acabara con la vida del derrotado. En caso contrario, el emperador ocultaba el pulgar de su mano en el puño de la otra y esto era interpretado como su voluntad de salvar la vida del gladiador vencido. ¿Qué te parece? Curioso, ¿no? Y hablando de emperadores, la frase «Tú también, Bruto, ¿hijo mío?», atribuida a Julio César en el momento de ser asesinado, solo es un producto de la obra de Shakespeare y no un fiel reflejo de lo que ocurrió en verdad. Lo que dice la historia en boca de Plutarco en el tomo V de Vidas paralelas, es que César, al ver que Bruto se encontraba entre aquellos que venían a matarlo, se cubrió con la toga y se prestó a los golpes. Nada de frases dramáticas y lapidarias que pasaran a la posteridad. Claro que Plutarco nació entre el 46 y el 50 después de Cristo y Julio César fue asesinado en el 44 antes de Cristo, por lo que es difícil saber qué pasó en realidad. No obstante, a mí me resulta más verosímil la versión de Plutarco que la que se incluye en la tragedia de Shakespeare.
En Psicología Flexible, el psicólogo Joan Salvador Villalonga enuncia diez razones por la que la gente miente: para protegerse, para buscar aprobación, para cubrir otra mentira, para adaptarse, para darse importancia, para halagar, por interés, para ganar tiempo, por piedad y por venganza. Seguro que si te esfuerzas puedes añadir algunas más.
Así que ya ves. No es tan extraño mentir. De hecho, parece algo inherente al ser humano.
Pero ¿cómo sería nuestra vida si perdiéramos esa capacidad? ¿Te imaginas que cada vez que habláramos de nuestra boca solo saliera la verdad? ¡Tremendo desastre! Por mucho que nos disguste que la gente mienta, hemos de reconocer que la mentira también ayuda a la cohesión social, a la adaptación al medio en determinadas ocasiones. Sin ánimo de justificarla, podemos guardarnos una mentira en la recámara, pero procurando que no dañe a nadie y que sirva, de alguna manera, para evitar un mal mayor.
Llegados a este punto en el que estamos más o menos de acuerdo en que todo el mundo miente, centremos nuestra atención en la cita que nos ocupa. El maestro del terror afirma que mentimos mejor cuando lo hacemos a nosotros mismos. Y yo te aseguro que son estas las mentiras más arriesgadas, aquellas que pueden alejarnos de nuestra propia verdad, las que pueden llevarnos a la oscuridad que tan bien sabe representar el escritor de Maine.
La cuestión es que somos especialistas en mentirnos a nosotros mismos. Para bien y para mal. Tanto cuando restamos importancia a algo realmente malo que hemos hecho, o inventamos mil excusas para justificarlo, como cuando no dejamos llevar por el pánico y la fatalidad (¡Oh, Dios mío! No podré hacerlo), por la ansiedad y el pesimismo (Todo me saldrá mal, ya lo verás), por la euforia y la insensatez (Yo me tiro a la piscina y que sea lo que Dios quiera), o por el placer y la lujuria (Lo siento mucho, la vida es así, no la inventado yo…).
Maite Nicuesa, doctora en Filosofía nos da diez consejos para dejar de mentirnos a nosotros mismos: observar la realidad, no tener falsas esperanzas, escuchar a los demás, asumir la realidad con madurez, evitar adornar la realidad, identificar la excusa como tal, tomar distancia del asunto, desahogarse, mirarnos en el espejo con satisfacción y no poner el valor en resultados externos.
Al final, nuestro destino nos obliga a convivir con nuestro interior. Debemos fortalecer nuestra mente para evitar que se vuelva en nuestra contra. Porque esa mente que nos incita a mentirnos para protegernos de algunas cosas, no nos advierte que al mismo tiempo nos expone a otras. Nos aleja del conflicto con nosotros mismos, pero nos empuja a un abismo peor.
Qué buen artículo, me ha gustado mucho. Cuando me di cuenta, ¡ya lo estaba terminando! Ha sido muy interesante y estoy muy de acuerdo. Por desgracia, hay personas que se mienten mucho para mal (como yo misma) y, por más que intenten pensar lo contrario, no pueden salir de esa mentira.
Volveré a este artículo para releer los consejos contra ese hábito cuando lo necesite. Gracias ♥.
Gracias a ti, Mercedes. Por leer y por comentar. Vuelve cuando quieras. Un abrazo.
Me parece muy bueno tu artículo Germán, para variar, no tengo que mentirte. Me encanta como escribes.
Saberse mentir es un arte que no poseo, aunque he mentido algunas veces como una escopeta de feria, normalmente me ha salido «tiro por la culata», también … Mentirme a mí misma, no me sale tampoco, no hay manera de engañarme, tengo un permanente «run run» que me contesta la verdad y me la canta más alta que un «la agudo»…(Nota a la que llego, por cierto).
Mentir por placer es un asesinato lento que aniquila todo lo verdadero alredor, una estafa que nunca se mantiene mucho tiempo… Siempre hay un espejo que no se deja engañar. Un buen tema la mentira para un escritor. Como dice @paco_santos_escritor, «mentirosos natos»…