El sexo con amor es la cosa más grandiosa de la vida,
pero el sexo sin amor tampoco está tan mal.
Mae West, actriz, guionista y dramaturga norteamericana.
Quien haya escuchado algunos monólogos del humorista David Guapo entenderá el vocablo «frungir» como sinónimo de follar, que es el término utilizado popularmente, y al que la RAE da el significado de soplar con el fuelle o soltar una ventosidad sin ruido, según el caso. Pero creo que, para acompañar este artículo, nos resultará más apropiado usar el eufemismo inventado por David, que suena mejor y nos saca una sonrisa de complicidad.
De este modo, denominaremos «frungir» al acto sexual entre dos personas que no mantienen una relación sentimental y «hacer el amor» al acto sexual entre dos personas que se aman.
Una vez aclarados los conceptos objeto de nuestra disertación, empecemos por desnudar el asunto: la necesidad humana de practicar sexo.
Siempre que se plantea el tema nos asaltan muchas preguntas de las que pocas respuestas satisfacen a la mayoría. ¿Estamos programados para tener sexo? ¿Disminuye el deseo sexual con la edad? ¿Puede ser plenamente satisfactoria la relación sexual de una pareja después de muchos años de unión? ¿Es mejor frungir que hacer el amor?
El sexo es algo que parte de la individualidad pero que necesita al otro para desarrollarse plenamente. Por supuesto, siempre se puede recurrir a la autosatisfacción, pero no es ese el tema central del debate.
Aun fuera de toda doctrina religiosa, el sexo es visto desde dos ópticas dominantes: aquella que identifica la relación sexual en el seno de una relación amorosa que la sustenta y le da sentido, y aquella que entiende el sexo como un acto libre e independiente que puede darse o no dentro de una unión de pareja.
Hubo un tiempo, en un país más clerical o, si se quiere, menos moderno que este, en el que la virginidad de la mujer era vista como una prueba de pureza que debía mantenerse intacta hasta el matrimonio. Si alguna de ellas osaba entregar su «tesoro más preciado» antes de tiempo, quedaría estigmatizada y dejaría de tener valor para un «hombre decente».
Los hombres, por su parte, siempre en una condición ventajosa e injusta, podían satisfacer sus necesidades del modo en que quisieran o pudieran, sin que nadie les pidiera cuentas antes de jurar amor eterno, aunque, teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, tampoco era fácil encontrar la ocasión de hacerlo.
Ante este panorama, caía sobre los hombros de ellas la carga de la pureza, de manera que haber mantenido relaciones sexuales previamente, aunque estas estuvieran justificadas por el amor al otro, era visto como un acto de lujuria imperdonable. La mácula sobre las féminas era un lastre demasiado pesado como para que muchas se atrevieran. Había que esperar.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado y el pensamiento ha evolucionado hasta estadios más racionales y menos inquisidores.
Posteriormente, las sucesivas batallas ganadas por las mujeres en pro de sus derechos legítimos y de una igualdad real con el género masculino, lograron que ellas mismas pudieran despojarse de ese yugo psicológico que la costumbre y las convenciones sociales habían puesto sobre sus cuellos. Los roles sexuales, que antes pertenecían solo a los varones, fueron adoptados también por las mujeres. Ellas comenzaron a atreverse y su atrevimiento, tal vez por esperado y merecido, también fue bien visto por la mayoría de los hombres.
Paralelamente, el colectivo LGTBI comenzó una lucha que alcanzó una importante cuota de poder en la compleja arena legislativa, reclamando el respeto y la libertad sexual de las personas. La dignidad del ser humano era enarbolada una vez más para exigir el derecho a ser.
El sexo dejó de ser tabú y pasó a formar parte de la vida de la gente más allá de la oscuridad de una habitación y del abrigo de las sábanas; más allá de los burdeles, las revistas pornográficas y las películas de desnudos. Aparecieron en radio, televisión y otros medios de comunicación expertos y expertas en sexología. En los colegios se incorporaron lecciones de reproducción sexual que iban un poco más allá de la idea de la semilla, y los padres comenzaron a implicarse en la educación sexual de sus hijos.
A pesar de todo, la idea de que frungir está vacía de contenido continúa latente en buena parte de la sociedad.
Pero la realidad es que, al tiempo que el poliamor reclama su lugar en el derecho a elegir la manera en la que se relacionan tres o más personas, frungir también se ha puesto de moda. Las chicas vírgenes ya no sienten la mirada inquisidora de ningún estamento sobre ellas. La virginidad no es vista como un tesoro digno de guardar, sino todo lo contrario. En muchos aspectos, para las más jóvenes, ser virgen es sinónimo de quedarse atrás, de ser mojigata, estrecha o beata. Pero ¡cuidado jovencitas y jovencitos! No hay tanta prisa por comenzar. Todo se andará.
Ahora lo que se lleva es frungir mucho y frungir con muchos. Ya no hay roles definidos, las personas se buscan por igual, con igual iniciativa y con la misma pasión. También ocurre entre los más maduros. Los recién separados, por ejemplo, son un caso especial. Obviamente no trato de generalizar, pero todos conocemos casos de personas que han dejado bastante atrás los cuarenta y que, recién divorciadas, dan la sensación de querer recuperar el tiempo a marchas forzadas. Y entonces se apuntan a todo tipo de redes sociales y frecuentan discotecas y clubes, y se dedican a frungir, porque frungir les da placer y sensación de libertad. Frungir es guay. Hasta que, como todo, llega un momento en que empieza a cansar, o no llena tanto. Como si se tratara de una droga con la que cada vez te cuesta más colocarte.
Supongo que a estas alturas del artículo estarás intentando conocer mi opinión al respecto. ¿Qué puedo decir? Yo aplaudo la libertad. Considero la sexualidad un aspecto muy importante de nuestra naturaleza y como tal debe ser expresada con libertad, pero también con respeto.
No digo que frungir no esté bien, es solo que considero que hacer el amor es mejor. Hacer el amor es… otra cosa.
Creo que optar por frungir o hacer el amor es una decisión personal, pero tiene que estar consensuada con la otra parte (o las otras partes si existen más de dos). No vale el engaño. No vale frungir con alguien que desea hacerte el amor. Si vas de frente, si eres honesto y no pones en juego los sentimientos de otros, entonces, adelante. El sexo es libre hasta que se da de bruces con la libertad del otro. Si quieres frungir y puedes hacerlo, frunge cuanto quieras. Si quieres hacer el amor y puedes hacerlo, haz el amor cuanto quieras, pero siempre teniendo presente que el respeto y la libertad tienen que ir de la mano. No vale todo.
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