Solamente por no tener que documentarme y no sujetarme a ningún guion preestablecido, tengo claro que jamás escribiré una novela histórica, ni tampoco seguramente la lea, y eso que he heredado una estupendísima colección de tales. Siento apatía visceral por dicho género, como también por la zarzuela.
Harina de otro muy distinto costal son las biografías, que se ofrecen con intención muy diferente. La novela histórica persigue hechos; la biografía, espíritu y vida.
Una novela histórica tiene que –¡menuda pesadez!– encorsetarse y parecer creíble y de verdad.
La ciencia-ficción carece de esos rigores y la estrambótica que yo profeso mucho más. ¿Que precisas de una revolución? ¡La creas! ¿Que de un regicidio? ¡Te cargas al monarca! Que es necesario un protoperro, lo fabricas; que una mente superviva mil años mudándose a cada ciclo de cráneo, pues dicho y hecho. Nada se pone por delante. La ciencia-ficción concede esas y otras muchas licencias, y, como digo, la estrambótica que yo profeso aún más.
Yo necesito divertirme a tope cuando escribo, ello forma parte muy substancial de mi modo de ejercer la escritura, y también prosperar desde la más absoluta de las libertades, y ese campo tan infinito lo he encontrado en el citado género. Necesito soñar despierto.
Y quiero observar que tildo a mi ciencia-ficción de estrambótica, pero no de incoherente; lo cual, por todas las licencias permitidas, la vuelve mucho más exótica, dúctil y elástica; abierta a más no poder a exprimir ese concepto tan enigmático que llamamos realidad.
Tras terminar de seguido las escrituras de La musa implacable y Fulgor del siglo XXI, dos espesísimas novelas cultas y estrambóticas, me curré ¡Pánico en La Fábrica del Miedo!, que subtitulé «cómic sin viñetas», una ligerísima novela de juguete que me sirvió para incorporar en lo sucesivo aspectos narrativos del cómic a mi forma de defender el género.
Vino después Neoliteratura Express, tercera novela de mi trilogía intitulada Memorias de Supermyrmex, donde además del tratamiento de lo estrambótico se incorporan los aspectos de lo cotidiano, resultando un cóctel que conforma una gran novela que me atrevo a calificar de insuperable. De hecho, escribí después ¡De bruces, contra el infierno! Generosa obra en cuanto a número de páginas, que comprendí que significaba el crisol de todos los géneros tratados por mí anteriormente. Y es que tengo por política de calidad que cada obra debe superar a sus predecesoras si no igualarlas.
Naturalmente, y dado que soy bipolar, solo puedo ver el mundo a través de las lentes de mi poliédrica mente, y así se da el caso de que casi todos mis protagonistas son psicológicamente de lo más peculiares y estrafalarios, y sus nociones del sentido común poco o nada tienen de convencionales.
Graceloop Social Net también obedece a ser una novela estrambótica, como si fuese un aspecto tan arraigado en mí a la hora de encarar la ciencia-ficción; mas creo que en mi caso es algo que se me debe comprender y consentir.
De mi inconclusa novela titulada Tratado de Cibermeteorología Aplicada –otro «cómic sin viñetas»–, cuya primera parte tengo perfectamente rescatada, diré que lo estrambótico apela a expresarse como una lucidez inusitada. Me queda cubrir su segunda parte, y aún no veo la oportunidad de hacerlo, mas, dado el estratosférico nivel de lo escrito, merece tanto y tanto la pena…
Si se me pidiesen ejemplos de novelas estrambóticas, las, primeras que se me vendrían a la mente serían el Quijote, Las mil y una noches y El otoño en Pekín. Pero si se me rogase que lo concretase dentro de la ciencia-ficción, me quedaría en blanco. No tengo ningún mentor específico, y por ello defiendo la originalidad de mi novelística.
Me consta la eficacia de la literatura a la hora de dilatar y expandir las mentes humanas como ninguna otra arte, si no se considera la música; hasta el punto de ejercerla de lo más orientada a ello. Mi afán como literato consiste en lograr que quien me lea crezca en sí sus enteros, en engrandecer la persona del lector con mis tan delineadas aportaciones. Por ello es tan importante en mí la armonía, porque a su través cuelo la belleza, que es la forma más amable de captar la atención y colmarla.
Por todo ello, defiendo mi literatura como una poderosa herramienta de programación neurolingüística (PNL) que sabe redundar en la felicidad de quien se atreva. No en vano, procuro poner en cuanto escribo lo máximo de mi talento y, por supuesto, mi amor por la sabiduría o filosofía.
También en ciertos artículos literarios de nuestra revista me he permitido mis lúcidos o gamberros estrambotismos; pero eso está bien en tanto le da alegría a la salsa de las narraciones.
Naturalmente que se habla (lo diré por si no es patente o ha quedado claro) de un estrambotismo culto, refinado y de lo más sutil.
¿Que estoy como una chota? ¡Qué se le va a hacer! ¡Uno es uno! Y yo he de convivir con ello. ¿Se apuntan? Entonces entren en Amazon o mi página web y nútranse con mi biblioteca. ¡Chao!
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