Parece mentira la incidencia que puede llegar a tener y lo que puede pesar en la mente de un artista y su creatividad el ánimo, y más todavía si se da el caso de que (como yo) tal sea bipolar, y sea testigo de los tan extrapolados picos anímicos que le señorean, conllevan y pueden, como si estuviere a bordo de una vertiginosa montaña rusa muy difícil de estabilizar, que no tanto de rentabilizar creativamente.
En todas las personas, y en diferentes grados, el ánimo acusa sus fluctuaciones, generalmente desatadas por sus personales afectaciones; mas hay personas con más estómago que otras, y también vidas y vidas.
Todos somos vulnerables en distinta medida a las pasadas que bien la afectación o el ánimo nos quieran jugar. Un día nos levantamos con el pie izquierdo, quizás afectados por la índole del sueño acaecido, y otros parecemos todos unos autómatas que ni nos hemos coscado de haber dormido; y así, el nuevo día se empalma con el precedente que ni machihembrado.
Dada mi condición de bipolar de ciclado rápido, no soy la persona más adecuada para ponerme en las pieles de individuos mentalmente sanos ni emular siquiera los roles de su materia gris, ya que mi accidentado cerebro es muy distinto, y más que de las llanas mesetas (que se le ofrecen especialmente aburridas e insulsas) es experto en los extremos anímicos.
Pero si les aprovecha mi amplificada versión, procuraré exponerla, a fin de que se me vea cómo procedo en las simas, las llanuras y las cumbres.
Cuando caigo en una profundísima fosa, todo el mundo se me viene al unísono encima, de tal manera que incluso llego a odiarme, lo cual me viene a suponer rizar aún más el rizo de mi putrefacción y a minar en demasía mis escasas fuerzas, obnubilándome tanto que no alcanzo a ver ningún cabo de luz externa. Entonces escribo como lo haría Sísifo, cuesta arriba y en pendiente, en un tajante ejercicio de pura supervivencia, en el que me aferro a la tinta como si tal fuere mi oxígeno, de modo que, si es preciso, oso escudriñarla hasta atómicamente con tal de acceder a los muy eficaces salvavidas de sus fotones.
Ya dice el viejo refrán que a grandes males, grandes remedios, y esto es justo lo que la milagrosa tinta es capaz de reflotar en lo más íntimo de mí. Varias de mis obras están concebidas desde semejantes briosos infiernos.
La eutimia (o período libre de crisis mentales) es para mí una meseta tremendamente gris, y que, dada la pasmosa facilidad de su andadura, me aburre soberanamente, puesto que comprende desafíos demasiado fáciles para con mis muchas habilidades; y, como leí en cierto aforismo cuya autoría desconozco, dado que «el aburrimiento es la respuesta de lo mismo a lo mismo» procuro ingeniármelas como sea para producir mis debidos cambios, bien en el propio substrato o, llegado el caso, en mi ser. Y téngase en cuenta que quien escribe es un literato, un hombre que –¡eureka!– sabe fabricar palabras mágicas.
En derredor veo a muchísimas personas repantigadas en sus llanas vidas; cosa que para mí es inadmisible. No me repantigo yo ni en el propio éxito.
Lo bueno, lo maravillosamente excepcional tiene lugar en las crestas de la euforia (muy peligrosas fuera de la literatura pero no en ella, si no se incurre en la verborrea), donde uno es una especie de titán o semidios súper capaz, que irradia energía por los cuatro costados y nada se le pone por delante, por ambicioso que sea el proyecto. ¿Cómo demonios he podido escribir yo una novela autobiográfica de mil setecientas y pico de páginas, amen de otras tantas?
La vista se agudiza, el ingenio brilla, las figuras literarias fluyen casi solas y uno, perfectamente alineado y dueño de sí, está segurísimo de ser un perfecto médium.
Pero, para no presumir de mí, fíjense en los de mi estirpe, la lista de grandes escritores bipolares que la historia nos ha dado: León Tolstói, Charles Dickens, Edgar Allan Poe, Hermann Hesse, Friedrich Nietzsche, Virginia Woolf, T. S. Eliott, Charles Baudelaire, William Faulkner, Ernest Hemingway, Graham Greene, Silvia Plath, Charles Bukowski, Francis Scott Fitzgerald…
¡Y no hablemos de músicos, pintores, escultores, cineastas o inventores! El desorden afectivo bipolar es la condición mental, nunca reñida con la inteligencia, más emparentada con la creatividad. ¿Dónde radica el quid?
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