Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírlo cantar.
Mary Anne Evans (George Elliot), escritora británica.
¡Pobre Narciso!, descrito en la mitología griega como un joven hermoso y arrogante que se arrojó a las aguas de un estanque, incapaz de separarse de su propia imagen que se reflejaba en ellas y de la que estaba perdidamente enamorado.
¡Pobre Narciso!, que murió condenado a ser un preso de sí mismo.
El narcisismo tiene el dudoso honor de ser el rasgo más común de los personajes más detestables de la historia. Uno de esos personajes, que recuerdo con especial repulsión, es Calígula, presentado por la mayoría de los historiadores como un hombre extremadamente cruel y perverso (esta expresión la he oído yo antes…).
Recuerdo estar sentado en el suelo, delante de nuestro flamante y recién comprado televisor en color, atento a las imágenes de la pantalla. Me veo claramente: un niño de doce años, horrorizado ante las escenas de la serie «Yo, Claudio», la adaptación de la novela homónima de Robert Graves, que se estrenó en España en 1978, dos años después de que lo hiciera en la BBC.
Y es que la serie me parecía fascinante, a pesar de la insistencia con la que los dos rombos —anclados en una esquina de la pantalla— advertían que aquellas imágenes no eran aptas para ser vistas por un niño. Recomendación esta que, dicho sea de paso, fue instaurada en TVE bajo el mandato de Roque Pro Alonso en mayo de 1963 y retirada en 1984, año en el que era José María Calviño quien dirigía el ente público.
Pero, para no apartarnos del tema, tengo que reconocer que la historia de Calígula dejó grabada su macabra huella en mi mente de niño de tal manera que incluso hoy, 43 años después, las imágenes horribles de sus actos permanecen ancladas en algún lugar de mi memoria. Recuerdo de manera especial sus gestos, su total desprecio por los demás, su autocomplacencia, sus aires de divinidad.
Aunque muchos lo fueron antes y después que este emperador romano, cada vez que escucho a una persona acusar a otra de narcisista, yo pienso de manera irremediable en Calígula.
En psyciencia.com, el psicólogo Mario Arosemena escribe sobre la clasificación realizada por el doctor Bruce Steven en su artículo A nine headed Hydra, en la que se relacionan nueve tipos de personalidades narcisistas. Sin ahondar mucho en los detalles, esta es la tipología propuesta por Steven:
El narcisista dependiente, que siente la necesidad de ser amado y nunca está satisfecho. Se esfuerza en dar amor a los demás para sentirse querido y que en una relación de pareja puede resultar cargante.
El amante especial, que cree firmemente que nadie puede amar a una pareja como lo hace él. En este caso, se idealiza a la persona amada a la que no se ve como realmente es, lo que le hace intolerante a la imperfección, que no admitirá nunca en su pareja.
El poderoso, enamorado del poder, que disfruta humillando a sus subordinados. Es un ser arrogante que suele tener una pareja atractiva que exhibe como un trofeo.
El cuerpo, caracterizado por estar obsesionado con tener un cuerpo perfecto al que ve como la solución a todos sus males. Necesita del reconocimiento de los demás que deben admirar su belleza. El hecho de estar centrado solamente en su aspecto físico le hace perder la perspectiva y no es capaz de percibir la realidad si no es a través de su propio reflejo.
El furioso, hipersensible a cualquier ofensa, real o imaginada, incapaz de controlar sus emociones y que esconde bajo sus estallidos de rabia sentimientos como la vergüenza, la tristeza o la desesperación.
El estafador, que aprovecha cualquier ocasión para beneficiarse del otro, especialmente del amante engañado, regocijándose en sus actos con cuya consecución se siente grande.
El fantasioso, cuyo mundo idealizado está poblado de fantasías de belleza, amor y éxito. Confunde fantasía y realidad y se siente bien en ese mundo que ha creado. A través de los videojuegos, por ejemplo, puede vivir todo tipo de emociones creyéndose estar realmente en la piel de superhéroe.
El mártir, centrado en su propio dolor que exagera a posta, dándole incluso connotaciones religiosas del tipo «destino divino». Ese dolor que cree sentir lo mantiene preso de sí mismo, sin importarle los sentimientos de los demás o lo que ocurre a su alrededor.
Por último, el salvador, personalidad narcisista propia de los líderes de sectas o movimientos religiosos que se erigen en la única oportunidad de salvación de los demás, necesitan un reconocimiento de grandeza, de santidad y siempre terminan pidiendo dinero, sexo o cualquier otra contraprestación a cambio de sus «servicios».
Aunque puedas pensar que conoces al menos a una persona que encaja con cada uno de estos perfiles que hemos relacionado anteriormente, no debes asustarte o preocuparte. Incluso si eres tú una de esas personas. Debes saber que todos tenemos, en mayor o menor medida, algunos rasgos de personalidad narcisista.
La primera señal de que no tienes un trastorno de personalidad narcisista es preocuparte por pensar que lo tienes, ya que el narcisista no suele reconocer que tiene un problema. Vive aislado en su mundo fantástico en el que lo único importante para él son sus pensamientos, sus instintos y sus necesidades.
Huelga decir que el narcisista puede ser también un ser muy desgraciado, porque el hecho de no lograr aquellas metas de las que se considera merecedor aun sin merecerlas, le produce un terrible sentimiento de frustración que puede sumirle en una severa depresión.
Veamos de estos perfiles en cuáles podría verme ligeramente reflejado:
Yo necesito ser amado y creo que tú, querida esposa a la que me dirijo ahora, eres la pareja perfecta. Te idolatro porque eres bondadosa, generosa y condenadamente humana. De hecho, suelo pensar, parafraseando al cantautor Víctor Manuel que todas son como tú, pero no te pareces a ninguna. ¿Me hace eso dependiente o me convierte en amante especial? Rotundamente no. Reconozco tus imperfecciones, tus defectos, tus manías, y no trato de moldearte a mi manera. Eres perfecta en tu imperfección.
Me gusta sentirme bien con mi cuerpo. Me disgusta ganar peso o perder la forma física. Tal vez hubo un tiempo en que mi pasión por correr se convirtió en obsesión. Afortunadamente, del running también se sale. ¿Me convierte eso en un narcisista del tipo cuerpo? No. Supe ponerle freno a esa obsesión. Ahora corro cuando quiero y como quiero. Disfruto sin pensar en una marca o en un objetivo.
En lo referente a la furia, a decir verdad, recibo pocas ofensas. Las que más son a mis espaldas y suelen llegarme a través de terceras personas, pero aplico el triple filtro socrático y las desestimo, así que ningún problema con el furioso.
No me veo representado de ningún modo en el estafador, ni en el fantasioso. Tengo algo de mártir, eso sí he de reconocerlo. También hubo un tiempo en que mi frase preferida parecía ser ¡oh, cielos, Leoncio! Sigo trabajando en ello, aunque suelo quejarme más de lo necesario. Pero en mi defensa he de alegar que no utilizo este defecto para llamar la atención o para que se fijen en mí especialmente. Simplemente exagero a veces lo que me pasa. Debe ser un efecto secundario de ser escritor. Ya sabes, el drama y todo eso.
Y hablando de escritores; ¿qué decir del fantástico? Obviamente, si rondan mi cabeza mundos fantásticos y hechos inéditos, pero no relacionados con mi vida, ni mucho menos, sino con la de los personajes de mis novelas. Así que creo estar a salvo de este tipo de personalidad narcisista.
Y, para finalizar, y a propósito del salvador, invitemos nuevamente a intervenir en este artículo al cantautor asturiano y cantemos con él:
«Déjame en paz que no me quiero salvar y que me dejes peor que mal.
Déjame en paz que no me quiero salvar, en el infierno no estoy tan mal».
Narcisista o no, no pido reconocimiento por este artículo, ni por los anteriores ni por lo que vendrán. Me vale que pases un rato entretenido y que reflexiones sobre lo que lees. Me vale que leas, aunque no me aplaudas, aunque no estés de acuerdo. Me vale, en serio.
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