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El orgullo

Las paredes del orgullo son anchas y altas; no se puede ver al otro lado.
BOB DYLAN, cantante norteamericano.

Bob Dylan

Podemos entender el orgullo como un sentimiento positivo cuando alguien que consideramos importante en nuestra vida nos dice que está orgulloso de nosotros o somos nosotros los que expresamos ese sentimiento por otro. Sin embargo, nuestro rico castellano le reserva a la palabra «orgullo» una acepción que no suena tan bien: exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás. Entonces, ¿es el orgullo una virtud o un defecto?
Como decíamos en el párrafo anterior, está más o menos claro que cuando el orgullo hace referencia a una estima razonable de uno mismo o el sentimiento de admiración hacia otra persona, tiene una connotación positiva. Sin embargo, cuando se refiere a una exaltación de la idea de nosotros mismos, el orgullo se acerca peligrosamente a la altivez, la arrogancia y la soberbia.
Para instruirnos con los pensamientos de los grandes, podemos recurrir a Sócrates en primer lugar, a quien se le atribuye esta cita: El orgullo divide a los hombres, la humildad los une. Sócrates nos presenta al orgullo como una barrera, un impedimento que dificulta el acercamiento, la empatía y el reconocimiento del otro.
Por su parte, Nietzsche dice en Humano, demasiado humano: Se olvida la arrogancia cuando se está entre hombres de mérito; estar solo hace a uno orgulloso. En este caso, se considera bueno relacionarse, escuchar al prójimo y aprender de lo que se escucha. La falta de contraste embrutece y ese embrutecimiento puede mostrarse en forma de orgullo.
La pregunta que surge entonces es si el orgullo es maleable, si podemos controlarlo y dosificarlo, ya que se antoja necesario cuando tenemos que hacernos valer —un poco de amor propio es conveniente, desde luego—, pero es malo cuando nos cierra las puertas del entendimiento, del diálogo y de la reflexión. La respuesta a esta pregunta no es precisamente fácil, pero más adelante daremos algunas claves que arrojarán un poco de luz al intento.
A veces, la expresión del orgullo está relacionada con la celebración de la consecución de alguna meta, un hito que marca un antes y un después de una realidad social. Es el caso del Día del Orgullo Gay, celebrado en junio y que viene a conmemorar los disturbios de Stonewall, que tuvieron lugar en la madrugada del 28 de junio de 1969 en el bar Stonewall de Greenwich Village, en Nueva York. Los disturbios de Stonewall son considerados el comienzo de un movimiento en pro de los derechos de las personas LGTBI, y cada 28 de junio, esas personas, orgullosas de su condición, salen a la calle y se manifiestan, acompañadas de personas de distinta condición, pero igualmente orgullosas de los logros sociales conseguidos.
De lo dicho hasta ahora, podemos concluir que no es lo mismo «estar» que «ser» orgulloso. Estar orgulloso implica estima y admiración por algo o por alguien (incluso cuando estamos orgullosos de nosotros mismos), mientras que ser orgulloso supone actitud. Podemos estar orgullosos de nuestros padres, de nuestro equipo de fútbol, de nuestro sistema sanitario o de nuestra gastronomía. Pero ser orgulloso tiene otros matices, y tal vez esa sea la diferencia esencial.
En cuanto a la opinión de algunas filosofías y confesiones religiosas, hay que señalar que, para los budistas, el orgullo es uno de los principales escollos que nos impide adquirir conocimiento y esto a su vez impide nuestro progreso, nuestro crecimiento.
En una audiencia celebrada en abril de 2019, el Papa Francisco dijo que la actitud más peligrosa de cualquier vida cristiana es el orgullo y recurrió a la parábola evangélica del fariseo que cree que reza, pero en realidad se alaba a sí mismo ante Dios, diciendo te agradezco Señor porque yo no soy como los demás, al contrario que el hombre que se detiene a la entrada del templo y no se siente digno de entrar.
Sin embargo, paradójicamente, estar orgulloso del Dios al que se profesa una fe ciega ha sido a lo largo de la historia de la humanidad uno de los gérmenes de la intolerancia, la injusticia y la guerra. ¡Cuántos muertos en nombre de Dios!
Dice Jorge Drexler, cantautor uruguayo, en su canción Milonga de un moro judío: Yo soy un moro judío que vive con los cristianos. No sé qué dios es el mío ni cuáles son mis hermanos. Yo tengo ese mismo sentimiento en cuanto a la fe.
Y después de este paréntesis, se nos plantea otra pregunta importante: ¿qué podemos hacer para «curarnos» y «cuidarnos» del orgullo?
En Psicología y Mente, el psicólogo Jonathan García nos da cinco consejos para dejar de ser tan orgullosos: el primero es no ofendernos con facilidad, ya que hacerlo es propiciar una actitud permanentemente a la defensiva. Trataremos entonces de ser humildes y compasivos. Eso nos traerá más beneficios que sentirnos continuamente ofendidos.
En segundo lugar, el miedo a ser juzgados, el temor a tener en cuenta lo que piensen de nosotros puede imposibilitarnos reflexionar sobre aquello que podemos mejorar de nosotros mismos. Saber aceptar la crítica es importante, exigencia que nos devuelve a la senda de la humildad.
Un tercer consejo es despojarnos de la necesidad de tener siempre la razón. Este defecto nos impide ser objetivos. Incluso si no estamos de acuerdo con el pensamiento o la opinión de otra persona, debemos aceptar que los demás también tienen derecho a opinar, incluso a equivocarse.
En cuarto lugar, Jonathan García nos aconseja liberarnos de la necesidad de sentirnos superiores a los demás y nos hace ver que mejorarnos a nosotros mismos no tiene nada que ver con superar a otros. No se trata de una competición. Dice García que dividir a la gente entre ganadores y perdedores, sinceramente, es bastante triste, y no le falta razón. La necesidad de ser superior a los demás tiene como resultado ser inflexible. El antídoto: nuevamente la humildad.
Por último, el quinto consejo para procurar dejar de ser tan orgullosos, según el psicólogo catalán, es darle un toque de humor a la vida. Reírnos de lo que nos pasa nos ayuda a relativizar la importancia de las cosas, liberar el estrés y mirar la vida con menos angustia.
En resumen, pocas cosas buenas puede traernos el orgullo. Lo más importante es aceptarnos y querernos a nosotros mismos. A nosotros y a los demás. Ser humildes, ser piadosos y ser alegres.
Anteriormente nombramos al Papa Francisco cuando no referíamos al orgullo cristiano. El propio Papa hizo gala del humor, el principal elemento del quinto consejo de Jonathan García, refiriéndose al supuesto ego y orgullo de los argentinos, cuando le dijo a Rafael Correa, entonces presidente de Ecuador: Todos se sorprendieron mucho por la elección de mi nombre, pensaban que, como soy argentino, me pondría Jesús II.
He releído este artículo de principio a fin y creo que no está nada mal. Le entra a uno cierto sentimiento de orgullo por haber hecho un buen trabajo, pero voy a rechazar ese sentimiento de momento. Me conformaré con que tú hayas pasado unos minutos entretenidos y te sirva también, por qué no, para reflexionar e intentar mejorarte a ti mismo. Si lo consigues, estaré orgulloso de ti.

Germán Vega Contributor
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