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La felicidad

La felicidad no es una meta. Es un subproducto de una vida bien vivida.
ELEANOR ROOSEVELT, escritora, activista y política estadounidense.

—¿Eres feliz?
Solo dos palabras. Parece una sencilla e inocente pregunta, pero lo cierto es que se han escrito cientos de páginas compiladas en ensayos filosóficos, libros de autoayuda, tratados de psiquiatría y psicología y artículos de opinión en un intento de esbozar una respuesta que satisfaga a todos.
La pregunta tiene mayor dificultad cuando te la formula tu pareja mirándote intensamente a los ojos, como si esperara encontrar la verdad reflejada en tu rostro, interrogándote con esas dos palabras que, combinadas, resultan letales:
—¿Eres feliz?
Y entonces tú te haces la misma pregunta: ¿soy feliz? Y en un intento de salir indemne de esa trampa fatídica, pregunta inquisitiva de difícil respuesta, procuras ganar tiempo y contestas también con dos palabras que te libran por un momento del jaque al rey.
—Define felicidad.
Y es aquí cuando, mientras tú consigues ese precioso y necesario tiempo muerto para pensar en una respuesta convincente, yo te cuento que también lo intentaron los filósofos, los psicólogos, los psiquiatras, los líderes espirituales y toda clase de coaches con un resultado más o menos incierto. El objetivo era el mismo: explicar el gran secreto de dónde reside la felicidad.
Para empezar, el concepto es ciertamente escurridizo. La felicidad se define como una grata satisfacción espiritual y física, pero también como la ausencia total de inconvenientes y tropiezos. En resumen, podría tratarse de un estado de bienestar y de paz, aunque, dicho así, parece hasta aburrido. Como si la persona feliz se encontrara en un estado de meditación, sonriente, sin hacer nada, permanentemente contemplativa.
No debe extrañarnos encontrar tantas definiciones de felicidad como personas hay sobre la faz de la Tierra.
En la mayoría de los casos, la felicidad se asocia a la consecución de un objetivo, de una meta. La persona es feliz cuando alcanza lo que ha perseguido con mayor insistencia, aunque también aquello que le viene dado sin haberlo buscado o esperado y le resulta gratificante. Pero debemos ser cuidadosos con esta concepción del término, ya que, después de haber conseguido aquello que nos ha proporcionado ese sentimiento de felicidad, puede sobrevenirnos un vacío que nos sumerja en la apatía o en la tristeza.
Porque no es conveniente supeditar la felicidad a aquello que nos pasa. Y es que, de hecho, todos hemos podido toparnos a lo largo de nuestra vida con personas que están siempre felices, que aceptan aquello que les ha tocado vivir y que mantienen una actitud positiva ante la vida.
En el lado opuesto se encuentran las personas que viven con un permanente sentimiento de infelicidad, que no se contentan con nada, a las que la existencia parece pesarle toneladas y van por el mundo envueltas en un halo de tristeza que todo lo impregna como si se tratara de un hedor a desgracia y pesadumbre al que nadie quiere acercarse.
Y en medio de estos dos extremos, la mayoría de los mortales, lidiando día a día con sus preocupaciones, con sus anhelos, con sus ilusiones y con sus temores. No se sienten felices todo el tiempo, pero tampoco desgraciados. Son felices a ratos. Según les vaya. No tiene por qué ocurrir grandes cosas. La felicidad, o lo que piensan que es eso, les sobreviene con facilidad ante eventos más o menos cotidianos: que encuentras aparcamiento a la primera o te ganas el sorteo de un libro que te gusta, pues punto de felicidad para ti. Que pierde tu equipo de fútbol o se te rompe el coche, punto de infelicidad a tu casillero.
Pero ¿de verdad es esa la noción de felicidad?
Para Sigmund Freud, los humanos solo pueden acceder a un estado de felicidad parcial, ya que la felicidad total es una utopía, dado que, en la vida real, las personas no pueden escapar de ciertas experiencias desagradables a las que están expuestas por el mero hecho de vivir.
Sócrates decía que la felicidad no es la búsqueda de más sino el desarrollo de la capacidad de disfrutar con menos. Hablamos otra vez de actitud ante la vida: la de disfrutar de los placeres más simples.
También para Platón y Aristóteles la felicidad depende de nosotros mismos. Para los estoicos, y en boca de Crísipo, citado por Diógenes, la virtud de la persona feliz reside en hacer siempre las cosas sobre la base de la armonía del espíritu guardián de cada persona con la voluntad del administrador del conjunto. Es decir, alinear la naturaleza humana y la naturaleza universal.
Kant también pensaba que la felicidad propia es un fin y que los medios para conseguirla están en la naturaleza interna y externa.
Por su parte, Nietzsche nos plantea una diferencia importante entre dicha y felicidad: la primera es una especie de estado ideal, mientras que la segunda significa el poder de superar las adversidades, de enfrentarse a la vida. No sabemos con exactitud si el filósofo alemán fue dichoso o feliz, pero lo que no ponemos en duda es que fue ingenioso, original y extremadamente crítico. Tal vez era esa su concepción de la felicidad: enfrentarse a la vida a través de sus ideas.
Entonces, si depende de nosotros, ¿qué podemos hacer para ser felices?
El psiquiatra Enrique Rojas propone diez reglas para ser feliz en su libro Todo lo que tienes que saber sobre la vida:
1. La felicidad consiste en ser capaz de cerrar las heridas del pasado; esto es, tener buena salud y mala memoria.
2. Aprender a tener una visión positiva de la vida. Lo que implica un trabajo de «artesanía personal».
3. Tener una voluntad de hierro.
4. Tener un buen equilibrio entre corazón y cabeza.
5. Tener un proyecto de vida coherente y realista.
6. Poner los medios para ser felices a otras personas.
7. Tener la capacidad de apreciar las pequeñas alegrías cotidianas. La importancia de valorar el ahora.
8. Saber valorar lo que tenemos y lo que hemos conseguido.
9. Darles a las cosas que nos pasan la importancia que tienen.
10. Saber frenar las ambiciones excesivas.

Yo me atrevería a añadir, como colofón a estos buenos consejos del Dr. Rojas un único mandamiento: amaos los unos a los otros. Porque el amor es capaz de cerrar las heridas, de ver el lado positivo de la vida, de proporcionarnos el equilibrio, de mostrarnos el camino, de animarnos a hacer felices a los demás, de admirar las pequeñas alegrías convirtiéndolas en grandes, de valorar lo que tenemos y de darle a las cosas la importancia que tienen.
Dos cantantes, un inglés y un cubano lo resumen en sendas canciones: John Lennon en Mind games (…love is the answer and you know that for sure…) y Silvio Rodríguez en Solo el amor (…solo el amor convierte en milagro al barro, solo el amor alumbra lo que perdura…).
Sean felices.

Germán Vega Contributor
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