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La perfección

El afán de perfección hace a algunas personas totalmente insoportables.
PEARL S. BUCK, escritora estadounidense.

Podemos buscar ávidamente en el DRAE la palabra «perfección» para alimentar nuestro parco entendimiento del vocablo y saber qué perseguimos exactamente. Sin embargo, es posible que nos decepcionemos si esperamos demasiado del contenido.
Así el DRAE dice de la perfección:
1. adj. Que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea.
2. adj. Que posee el grado máximo de una determinada cualidad o defecto.
Me resulta llamativo el hecho de que la propia definición de la perfección no llegue a ser perfecta. Eso me da alguna pista sobre la naturaleza de lo perfecto. Porque, teniendo en cuenta la definición primera, la perfección de algo o de alguien estará medida en función del mayor grado de bondad o excelencia en su línea, sin que tengamos muy claro quién establece ese grado y esa línea. Otra de las acepciones comunes de la perfección es la completa ausencia de error o defecto, y esto nos lleva nuevamente al punto de partida, porque deberemos definir qué es un error o un defecto en aquello en lo que tratamos de alcanzar la perfección.
Sin querer detenerme mucho más en materia semántica, tengo serias dudas de que todos tengamos una idea más o menos clara de lo que es perfecto. Lo más probable es que esa idea no sea ni mucho menos común. Por ejemplo: ¿seríamos capaces de definir el cuerpo perfecto? Se ha discutido mucho acerca de este tema. Sobre todo, cuando se trata de moda y de modelos. Pero creo que es evidente que el patrón perfecto de belleza no existe y lo que para algunos es un cuerpo diez, a otros les resulta indiferente o incluso desagradable. Por consiguiente, obtendríamos tantas definiciones de «cuerpo perfecto» como gustos de los interpelados.
El problema de la perfección es que, en realidad, es una quimera; una cualidad inalcanzable que desgasta al que la busca o la pretende y que ha servido para justificar muchos actos loables, pero también acciones deplorables que han quedado grabadas para siempre en la historia de la humanidad (¿acaso no buscaba la Alemania nazi la perfección de la raza aria?).
Todos hemos deseado la perfección en algún momento de nuestra vida: hemos anhelado el momento perfecto, perseguido a la pareja perfecta, soñado con el beso perfecto, imaginado la boda perfecta, querido formar la familia perfecta… Nos decimos continuamente que ese que no pudimos conseguir hubiera sido el trabajo perfecto o aquellas vacaciones que nunca disfrutamos nos siguen pareciendo las vacaciones perfectas. Y lo perfecto toma entonces un cariz de deseable e inalcanzable que nos sumerge en la melancolía. Pero debemos tener cuidado, porque la búsqueda de la perfección puede acarrearnos problemas psicológicos serios y hasta sumirnos en una severa depresión.
Otro problema de la perfección es que muchos la buscan, no para mejorar y superarse a sí mismos, sino para destacar sobre otros y compararse con ellos. La perfección se convierte, en este caso, en una especie de competición por sobresalir, por ser el mejor, por tener el mayor número de likes y de seguidores. Las redes sociales muestran a menudo una imagen de las personas que no se corresponde con la realidad. Los filtros de las aplicaciones perfeccionan los rasgos físicos, hacen desaparecer arrugas y michelines, acné y manchas en la piel y nos exhibe guapos, pulcros y bien peinados, con una flamante sonrisa que previamente hemos filtrado para eliminar imperfecciones. De otro lado, cualquier rinconcito improvisado puede dar la impresión de ser un lugar idílico apto para tomarse una buena foto que subir a Internet.
El resultado final es un producto artificial que mostrar al público y que sigue los cánones de lo que se supone perfecto; esto es, carente de error o defecto.
Paradójicamente, la perfección se convierte así en un defecto en sí misma, en el más grande de los errores.
El perfeccionista, además, sufre, se critica, se exige, se flagela y se juzga todo el tiempo, pidiéndose a sí mismo un esfuerzo más, un sacrificio más para alcanzar la gloria. El peligro es que esa actitud puede llevarnos a un inconformismo enfermizo que nos convierta en unos infelices patológicos.
Nadie es perfecto. Todo el mundo sabe eso. Es algo que se aprende desde niño y, sin embargo, es algo que necesitamos interiorizar o, en palabras del sociólogo Max Weber, aprehender, adquiriendo ese conocimiento a través de la propia experiencia.
Nadie es perfecto. Pero ¿para qué necesitamos serlo?
En su libro Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz, el autor italiano Walter Riso propone diez premisas liberadoras para transformar nuestra vida de manera radical: la primera nos anuncia que maltratarte por no ser como «deberías ser» es acabar con tu potencial humano; la segunda nos pide: no te compares con nadie. La principal referencia eres tú mismo; la tercera reza así: las personas normales dudan y se contradicen; las creencias inamovibles son un invento de las mentes rígidas; la cuarta nos invita a desinhibirnos: desinhibirse es salud. No hagas de la represión emocional una forma de vida; en la quinta nos recuerda que la realización personal no está en ser el «mejor» sino en disfrutar plenamente de lo que haces; la sexta es muy interesante: reconoce tus cualidades sin vergüenza; menospreciarte no es una virtud; la séptima también es muy liberadora: la culpa es una cadena que te ata al pasado: ¡córtala!; la octava nos aconseja: no te obsesiones por el futuro: ocúpate de él, pero no dejes que te arrastre; la novena enuncia una gran verdad: someterte al «qué dirán» es una forma de esclavitud socialmente aceptada; y por último, la décima premisa liberadora dice así: permítete estar triste de vez en cuando: la euforia perpetua no existe.
A colación de este libro de Walter Riso, yo les invito a ser maravillosamente imperfectos, llenos de virtudes y defectos. La vida es un camino de aprendizaje: está permitido fallar, está permitido equivocarse, y estamos condenados a aprender. Debemos hacer el camino, nos guste o no, así que hagámoslo felices de ser lo que somos, de ser como somos. Respetémonos a nosotros mismos, tratémonos bien, perdonémonos, tolerémonos, aceptémonos. No somos perfectos. Es lo que hay.

Germán Vega Contributor
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