La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.
Jorge Luis Borges
Los días, con sus noches, acaecen de forma similar a la de usted para Luis Brenia, quien, es sabido, nos hace soñar de la mano de sus pergeñados textos, que parece sacarse de lo lindo de su preciosa chistera, que no de su aplicación e industria, pues, aunque a veces no lo parezca, él es un mortal como los demás. Sin embargo, se da magistralmente a la tinta, consiguiendo textos que verdaderamente nos hacen soñar despiertos como tanto nos gusta, y es curioso cómo sabe lograrlo. Uno parte de la inocencia primigenia del lector virgen, y ya se encarga él de secuestrarte con sus modos e intrigas; y bien es sabido que él defiende a capa y espada que el lector no es más que un constructo del autor. También que su concepción de la literatura se acerca mucho a la Programación Neurolingüística, en tanto sabe surtir sus efectos en las mentes de las personas que la atiendan; nos da esa garantía de su saber hacer.
No cabe duda alguna de su propio carácter de adelantado soñador, mas también confiesa que la mayor parte de las veces lo hace aupado a las grafías mientras escribe, aunque ello no quita que otras lo haga revoloteando por las periferias de la inspiración y como quien no quiere la cosa. Y es que los sueños son así: no los elegimos nosotros sino que son ellos quienes nos escogen.
Una condición que le facilita mucho a Luis Brenia la redacción de sus textos es tener su cabeza repleta de pájaros, pájaros soñadores que anhelan dejar su impronta. Perro viejo como es, el Autor sabe ecualizar semejante algarabía, y discernir los cantos y bregar por atender los más brillantes o alicaídos. ¡Menudo es! ¡Claro que si no lo fuera no podría hacernos soñar como tan bien lo hace!
Pero… ¡Cuidado! Luis Brenia no es nada gratuito, sino caro e íntimo de leer. Amante in extremis de la subordinación y sus ingenierías, un vocabulario rico y dispar, no peca si no que aposta es de veras exigente con los lectores, de quienes demanda una especie de voluntarioso esfuerzo añadido parejo al que a él mismo le ha supuesto el rescate del concreto pasaje o segmento. Afortunadamente, cada texto es único, y por eso siempre en la quinta página de sus libros, al pie de su escandalosa foto oficial, nos da la bienvenida a aquella dimensión de su «variopinto reino literario».
¡Eso sí! Su literatura, aun cuando se pueda ofrecer retorcida, es muy confortable, entretenida y elaborada; por eso nos place tanto cómo sabe hacernos soñar, llevarnos en volandas de la mano de su siempre singular narrativa; y cierto es que, para ello, hay que ser todo un literato, genuinamente bipolar, Gran Maestro en el milenario e universal arte de la panificación, súper laborioso y excesivamente dado al mundo de la fantasía y la ficción, y melómano hasta el delirio; es decir, él.
Ciertamente, no conocemos a nadie igual.
El otro día nos decía que para él la tinta era una especie de droga, un arma con la que, el loco que era, estaba perfectamente capacitado y habilitado para hacer cientos. ¡Vaya que sí! Desde que leemos a Luis Brenia soñando sus extensiones es como si fuésemos más nosotros, en tanto nos expande y dilata como por arte de magia. Quizás sea por eso y porque nos hace más libres, por lo que tanto celebramos que nos haga soñar.
Ayer, sin preguntarle, y mientras se le había averiado su computadora, nos dijo que lo único que había hecho en el día que realmente le hubiese merecido de veras la pena había sido leerse Noches blancas, de Dostoievski. ¡Qué curiosas somos las personas! A menudo nos recreamos en la ficción como si tal fuese mucho más real que lo más tangible; y es por eso por lo que a nosotros tanto nos place soñar, porque realmente dichas ensoñaciones pasan verdaderamente a formar parte de nuestro repertorio y arsenal personal, en calidad de auténticas experiencias de vida.
¡Y encima, lo diré, el señor tiene una descomunal producción literaria en su haber! Con lo que podemos hartarnos de soñar y soñar a su costa.
¿Pero qué se gana soñando? ¡Ante todo, felicidad y regocijo, aparte de enriquecimiento lingüístico y criterio, que no es poco! Y en estos sentidos debemos darle las gracias a Luis Brenia por su tamaña generosidad y esplendidez.
Ya nos gustaría a algunos de nosotros ser Luis Brenia de verdad, a fin de saber trasladar a nuestro prójimo nuestras selectas inquietudes.
Ya –¡quizás!– le gustaría a Luis Brenia ser alguno de nosotros, verse desde el otro lado del cristal, participar como uno más de sus fans de nuestra devoción por su literatura, del mismo modo que participa de las ajenas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que es él, y solo él, el artífice y responsable de su tinta; de manera que queda coronado por antonomasia como Primer Lector.
¡Loor, Luis Brenia; siga usted haciéndonos soñar con sus destrezas! ¡Continúe proveyéndonos de literatura!
¡Queremos soñar, soñar, soñar!
¡Gracias, Luis Brenia!
¡Salud!
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