Estás aquí. Tu presencia invade cada espacio.
Te has ido, pero los cristales de la vajilla siguen sonando a ti, las paredes aún reverberan las risas que nos regalamos y tu calor, lo percibo en tu ropa y en la cama.
Me escucho los pensamientos, a solas en este vacío salón, ahora mayor con la ausencia que dejas y me avergüenza imaginar que sigues aquí…
Dicen por ahí, estudiosos y amantes de la física, y menos científicos también, que somos sonido desde que existimos. Que nuestros ruidos a través de ondas hacen vibraciones que, según en qué frecuencia, producen según qué efectos.
Es curioso hablar de la vergüenza. Existe porque hay inseguridad y, a su vez, es un factor externo porque nos importa lo que los demás piensen de nosotros, sin embargo estamos solos.
La vergüenza para Aristóteles es buena, ya que gracias a ella entendemos si hemos obrado bien, acercándonos a la felicidad, o mal, alejándonos de ella y haciéndonos sentir tal cual, y de sentirla también se es persona de bien, pues se tiene consciencia de los errores.
No decía lo mismo Descartes, pues opinaba que la tristeza producía la vergüenza y la enlazaba con el amor propio, con el sentimiento producido por el temor a la reprobación de los demás, y en esta línea, Spinoza, no lo deja exclusivamente en manos del narcisismo, sino que además habla de la incapacidad que te produce esa tristeza de la que deriva la vergüenza.
Estos mismos filósofos nos hablan de las pasiones, deseo, admiración, amor, odio, tristeza, alegría, felicidad…
Pero yo, débil, me sonrojo por creer que aún permaneces conmigo, sin nadie más que importe ajeno a nosotros, ni siquiera yo mismo. Sin duda la tristeza me inunda, pero este pudor no solo esconde la decepción del sentir y no palpar, sino que guarda una sonrisa feliz tras esta vergüenza de hablar contigo a solas, sabiéndome dichoso por tenerte de alguna manera aquí. De la incapacidad que me produce avanzar con este hueco que dejas, nacen rubores por lo descubierto y me empodero, el saberme fuerte porque lo he logrado, usar mi debilidad como mi mayor fuerza. De ahí que lo malo no sea tan malo, que hasta bicho malo nunca muera y que la relatividad forme parte de todo. ¡Qué grande el ser humano que ante la tristeza emerge a la esperanza, la felicidad y de ella llegue la alegría!
Quizás porque esas vibraciones son tan nuestras que, de una forma u otra, estamos unidos, como las partículas a distancia de Einstein o el experimento de los tambores cuánticos de Kotler…
A través de la distancia, siendo parte de lo mismo.
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