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El reconocimiento

A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado,

es el cochero el que recibe la propina.

DAPHNE DU MAURIER, novelista y dramaturga británica.

 

Qué bien sienta a veces esa palmadita en la espalda. Qué bueno cuando después de esforzarte mucho y hacer un buen trabajo tu superior te reconoce el esfuerzo. Y qué mal cuando nadie repara en ello, ¿no? ¿Tú qué opinas? ¿Eres de las personas que necesitan continuamente ese refuerzo positivo o te da igual que tus méritos sean reconocidos?

       A pesar de encontrarse en el cuarto peldaño de la pirámide de Maslow, el reconocimiento es visto por muchos psicólogos como algo muy importante en la vida de las personas, ya que incide directamente en la autoestima y, por ende, en la seguridad y confianza del individuo en sí mismo.

      Curiosamente, la palabra «reconocer» es un palíndromo, es decir, se lee igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha. Es «reconocible» desde todos los ángulos y así debería ser también el trabajo y el esfuerzo de cada cual: reconocible desde todos los ángulos.

       Pero la vida no es justa. O al menos no todo lo justa que a nosotros nos gustaría que fuera. Muchas veces, tal y como afirma Maurier en su cita, es el cochero el que recibe la propina que merecía el caballo.

       Dejando a un lado la diferencia entre el mérito y el éxito, que ya traté en un artículo anterior, es evidente que todos necesitamos un poco de reconocimiento, un poco de ese refuerzo positivo que nos anime a seguir en la misma línea.

       Pongamos de ejemplo a un escritor. ¿Qué me dices? ¿Merece todo escritor algo de reconocimiento? Ha escrito un libro, ¡por el amor de Dios! Puede que incluso algunos más. Por algo dicen que es una de las cosas que deberían hacerse en esta vida, ya sabes, tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. ¿Es ese motivo suficiente para elogiarlo y animarlo a seguir?

       Casi todos los escritores escriben porque les gusta hacerlo, porque lo necesitan, porque les nace. Mientras escriben no se detienen a pensar si la novela será o no reconocida. Pero también hay alguno que, a medida que avanza, si lo que está escribiendo es de su agrado, comienza a sentir la necesidad de que alguien lea al menos un párrafo, tal vez solo medio capítulo, o de informar oportunamente a través de las redes sociales cuantas palabras lleva apiladas en su manuscrito.

       Quizás esta práctica solo pretenda mantener la atención del lector para que no se olvide de él mientras escribe su libro. Pero también puede suceder que necesite una inyección de moral, de adrenalina, de aceptación, de reconocimiento.

       Incluso cabe la posibilidad de que estas palabras que tecleo en mi ordenador en este mismo instante busquen de manera consciente o inconsciente tu reconocimiento.

       Como ya sabes —o deberías saber, si sueles leer lo que escribo—, comparto mi columna todas las semanas en la revista cultural Lenguas de Fuego, que es justamente donde la estarás leyendo por primera vez, y suelo enviar el enlace a los amigos y lectores a los que sé que les gusta recibirla. Siempre digo que no espero nada a cambio. El hecho de escribirla es para mí una satisfacción. Pero no puedo negar que me sienta bien que alguien se moleste en leerla y me haga saber sus impresiones, su opinión.

       Puedes haber visto mis publicaciones en Instagram o Facebook y comprobar que suelo escribir al pie del enlace: entra, lee, comenta, comparte. ¿Buscan esas peticiones reconocimiento? No lo creo. En realidad, buscan difusión. Lo que trato de hacer es llegar a más gente, que mis escritos sean leídos por más personas, y no voy a sonrojarme por eso. Como escribió el evangelista Lucas, nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido. Del mismo modo, yo no escribo para mí. Escribo para el mundo entero. Aunque, si he de ser sincero, no pienso en el lector mientras escribo. Pero considero que he hecho un buen trabajo si el lector no deja de pensar en lo que he escrito. Esta última afirmación puede parecer pretensiosa y tal vez lo sea.

       Hace poco, Editorial SG tuvo a bien publicar la tercera edición de la que fuera mi ópera prima, Verdades Cruzadas. En esta novela, Carlos Sánchez, un escritor frustrado al que nadie quiere publicar su libro, habla con Omara, la psicóloga que está ayudándolo a superar un trauma. Esta es la conversación entre ellos:

 

       Bueno, ¿y por qué es tan importante para ti publicar ese libro? ¿Qué te aportaría?

       —Reconocimiento —dijo sin dudar.

       —¿Y necesitas de verdad ese reconocimiento?

       —Todo el mundo lo necesita. Y el que diga que no miente.

       —Y dime, Carlos. Imagínate que nunca obtuvieras ese reconocimiento. Imagínate que te digo que yo sé que no vas a tener el reconocimiento de nadie por ser escritor. ¿Seguirías intentándolo?

       Dudó un instante.

       —Supongo que no. ¿Para qué?

       —Entonces, ¿quieres decir que escribes solo para que te reconozcan lo que escribes? ¿El motivo por el que quieres escribir es destacar sobre otros?

       Carlos se quedó pensando un momento. Aquello sonaba fatal. Él no se consideraba un narcisista. Respetaba a la gente, independientemente de su formación o de su profesión. Solo creía que se había ganado a pulso un poco de reconocimiento. Eso era todo. Intentó defender su tesis, aunque se sentía un poco acorralado.

       —No. Yo no escribo solo para ser reconocido. A mí me gusta escribir y creo que se me da bien. Lo que me mortifica es que no aprecien lo que hago. Creo que es eso. La verdad es que sigo escribiendo, aunque a nadie parezca importarle. Supongo que si lo sigo intentando es porque tengo esperanzas de que algún día suceda.

       Omara le echó un capote.

       —No pasa nada por querer destacar y desear que nuestro esfuerzo sea reconocido. Es inherente a la condición humana. Lo malo es que ese deseo controle y rija el resto de tus actos. Debes relajarte un poco e intentar ser feliz. A veces las cosas suceden cuando menos las esperamos.

      

       No se me ocurre una forma mejor de acabar este artículo que con las palabras que yo mismo puse en boca de Omara: «no pasa nada por desear que nuestro esfuerzo sea reconocido. Lo malo es que ese deseo rija el resto de tus actos».

       Me reconozco en algunos rasgos de Carlos en esta historia, pero he de confesar que también lo hago en la respuesta de Omara. Como siempre, la clave reside en buscar el equilibrio. Sé tú mismo. Deja tu marca.

Germán Vega Contributor
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2 Comments

  1. Maida GR Maida GR 12 junio, 2021

    Fantástico, muy real o al menos para mí… Las lámparas se encienden para iluminar, para que en las sombras, un atisbo de esperanza nazca. Por lo que encenderlas, es algo maravilloso. Gracias por tus palabras.

    • Germán Vega Ramos Germán Vega Ramos 12 junio, 2021

      Gracias a ti, como siempre, por leer y comentar.

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