Press "Enter" to skip to content

La risa

La raza humana tiene un arma realmente eficaz: la risa.

MARK TWAIN, escritor y humorista estadounidense.

La risa, al igual que algunos gestos, es una especie de lenguaje universal. Tal vez pienses que es algo exclusivo de la raza humana —al menos eso podría deducirse de la frase de Mark Twain—, sin embargo, la risa ha sido descrita en el estudio de numerosos primates e incluso en ratas, aunque, al parecer, estas últimas lo que emiten es solo una especie de sonido ultrasónico de alta frecuencia como respuesta a las cosquillas, no debidas al sentido del humor propiamente dicho. Pero, a pesar de ello, cabe la posibilidad de que existan más animales capaces de reír de lo que pensamos.

       En los humanos, la capacidad de reír surge a edad muy temprana. En el libro El sentido del humor de los bebés, Gina C. Mireault y Vasudevi Reddy exploran cómo los bebés desarrollan la capacidad de apreciar el humor, participar en él e incluso crearlo.

       Según la doctora Mireault, la risa es universal, y surge como respuesta programada a nivel cerebral que se activa en torno a los cuatro primeros meses de vida, con independencia de la lengua y cultura nativa del bebé. Al igual que el llanto, resulta difícil fingir y es tan fácil de contagiar como los bostezos.

       Lo que está claro es que hablamos de una respuesta a un estímulo externo, pero ¿es siempre la risa sinónimo de alegría? La respuesta es no. La risa puede estar provocada por una situación cómica o con un contenido humorístico que provoque esa reacción. Pero, aunque hemos dicho que resulta difícil fingir, esto no es imposible, y la risa fingida se encuentra entre los diversos tipos de risa existentes. Se trata de un tipo de risa eminentemente social y su sentido es la burla, la ironía, o simplemente voluntaria e interpretada, como la de una función teatral o la de una actuación cinematográfica.

       Algunas drogas también pueden inducir la risa. Es el caso del cannabis y, curiosamente, del óxido nitroso o monóxido de dinitrógeno, el llamado «gas de la risa» descubierto en 1776 por el químico británico Joseph Priestley. Priestley pensó que la única utilidad que se le podía encontrar a aquel gas comprimido era provocar carcajadas y, de hecho, se repartía en esa época en ferias y fiestas con un fin lúdico. Aunque durante el siglo XIX se realizaron diferentes experimentos con este gas como posible anestésico para intervenciones bucales, algunos fracasos estrepitosos lo relegaron al olvido.

       No obstante, esta droga se ha vuelto a poner de moda en la actualidad, ya que entre sus propiedades se encuentra la de ser un poderoso depresor del sistema nervioso central y tiene unos efectos parecidos a los que produce la inhalación de pegamento. Por supuesto, los efectos nocivos del gas también están demostrados, aunque algunos químicos expertos en sustancias psicotrópicas consideran que no hay que exagerar, ya que es muy difícil morir por inhalación de óxido nitroso. Con todo, poca broma con él.

        Siguiendo con nuestra clasificación, añadiremos la risa ocasionada por las cosquillas, de las que ya adelantamos que eran susceptibles también las ratas, y las patológicas, cuyo origen se encuentra en una enfermedad mental o neurológica. Para completar esta lista debemos incluir la risa denigrante, cuyo cometido es ridiculizar a una persona, y la risa nerviosa, que actúa como mecanismo de defensa y cuya función es rebajar la tensión interna en momentos de crisis o de estrés.

       Centrándonos en el sentido del humor como factor positivo desencadenante de la risa, debemos entenderlo como una actitud ante la vida que además nos ayuda a enfrentar las situaciones adversas, fomentar el bienestar psicológico, estimular el sistema inmune, incrementar el umbral del dolor y reducir el estrés. Es también curioso que el sentido del humor se origine en una zona del cerebro llamada «central de detección de errores».  La central de detección de errores es la encargada de sincronizar lo lógico y lo ilógico de la información. Dicha información se ordena en ella, una vez recibida, mientras el hemisferio izquierdo intenta acertar el final lógico. Al lograr detectar el error, el cerebro obtiene una recompensa a través de la liberación de dopamina, la conocida como hormona de la felicidad, y es entonces cuando se produce la risa.

       Para cerrar este artículo, mencionaré un libro de entre los muchos que me han hecho reír a carcajadas: La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, escrito a principios de los años 60 y, paradójicamente, con una trágica historia real en torno a su autor, que no pudo conseguir que se editara y, creyéndose un escritor frustrado, se suicidó en 1969 a la temprana edad de 32 años.

       Su madre se afanó en conseguir el propósito de su hijo y lo consiguió en 1980, siendo ya anciana, gracias al apoyo del también novelista Walker Percy. El libro lo publicó una editorial universitaria de Louisiana, lo que en principio podía parecer insuficiente para una consagración literaria. Sin embargo, la novela alcanzó en pocos meses un éxito tan extraordinario que fue galardonada en 1981 con el premio Pulitzer y aclamada por la crítica nacional e internacional. La trama, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos, utiliza como figura central a Ignatius Reilly, un joven de treinta años, excéntrico, cínico, repulsivo y con ideas medievales que vive con su madre, mujer extraña y estrafalaria, y que critica con dureza la sociedad en la que vive, una sociedad que siente por él la misma repulsa.

       Se ha dicho de este libro que es un desquiciado alegato contra una sociedad desquiciada. El resto de los personajes de la novela y sus historias personales son tan surrealistas y delirantes como la del propio Ignatius, que ha sido comparado nada menos que con el Quijote de Cervantes. Como ejemplo, el personaje de la señorita Trixie, una secretaria octogenaria obligada a seguir trabajando «por su bien», que se empeña en llamar a Ignatius Gloria, y que interviene en escenas hilarantes.

       He leído novelas cómicas muy buenas, como las de Tom Sharpe o David Safier, pero tengo que reconocer que La conjura de los necios es la novela más inteligente y desternillante a la vez que he leído jamás. Te garantizo que tu central de detección de errores no dará abasto durante la lectura de este libro y mientras tú te partes de risa, ella estará liberando dopamina en cantidades industriales.

       Ya sea a través de la lectura, la música, el teatro, el cine, la televisión o las relaciones sociales, debemos considerar el humor y su máxima expresión, la risa, como poderosos aliados para afrontar los embates de esta vida que a veces no nos muestra precisamente su cara más sonriente.

Germán Vega Contributor
follow me

Be First to Comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies