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El orden

El caos es el cuerpo de Dios.

El orden son las cadenas del diablo.

JOHN UPDIKE, escritor estadounidense.

 

Decía el historiador americano Henry Adams que el caos a menudo genera vida, mientras el orden genera hábito. Aunque suele asociarse la idea de orden a la de armonía, a la vez que la idea de desorden se asocia al caos, parece haber una concepción generalizada de que vivimos en medio de un caos que impide predecir los sucesos a corto plazo, a pesar de que la mente se esfuerce en ordenarlos de algún modo.

       ¿Es complicado llevar una vida ordenada? ¿Necesitamos hacerlo?

       Comencemos por la propia sociedad en la que vivimos: El orden social es seguramente uno de los temas más abordados por los sociólogos a lo largo de la historia. Para Durkheim, por ejemplo, el orden social constituye un orden moral, ya que toda persona debe ser moral por el hecho de vivir en sociedad, entendiéndose esta, a su vez, como una sociedad moral. De esta manera, la sociología para Durkheim es una ciencia de la moral y el conflicto y la desviación se desarrollan dentro de ese orden. Para el sociólogo francés, la naturaleza humana tiene la necesidad de una autoridad que imponga límites a las pasiones individuales. La anomia o ausencia de límites puede llegar a ser destructiva para el propio individuo.

       Yo me aventuraré a distinguir entre el orden externo, es decir, aquel que se establece en la sociedad en la que vivimos y regula nuestra existencia como seres sociales y nuestra convivencia más o menos pacífica —y que puede identificarse con ese orden moral durkheimiano—, y el orden interno, que es el que nuestra mente es capaz de aportarnos a nosotros mismos y que evita que nuestra vida sea una especie de montaña rusa sin unos objetivos definidos o que no seamos capaces de situarnos en ese entorno social al que pertenecemos de una manera lógica.

       En cuanto al orden externo, obviamente el orden social nos va a posibilitar centrarnos en otras muchas cosas que no sea sobrevivir al caos del exterior. Sin embargo, el propio desorden social puede establecer un orden de prioridades en las mentes de sus ciudadanos, como puede ser conseguir comida o refugio en un país en guerra, luchar por objetivos políticos en medio de una revuelta social o guardarse del contagio en mitad de una pandemia.

       El caso es que el orden en las personas es valorado como algo positivo y se entiende como la disciplina necesaria para perseguir y alcanzar los objetivos propuestos. Es necesario llevar una vida ordenada para planificar los actos y optimizar los resultados. Pero como el hombre propone y Dios dispone, muchas veces nuestra pretendida vida ordenada desaparece del horizonte y el caos viene a sustituirla sin demora: una cruel enfermedad que nos azota, la muerte de alguien cercano, el estallido de una crisis económica, un terremoto, un atentado… Múltiples sucesos que tienen la capacidad de volver todo patas arriba en un segundo. Ya sabemos eso. Lo sabemos, pero procuramos no pensar demasiado en ello porque nuestra mente, en el fondo, necesita un poco de orden para poder funcionar, necesita mantener la ilusión de lo previsible, de lo controlable. Necesita una certidumbre razonable porque la incertidumbre nos pone nerviosos. ¿Cómo voy a establecer un orden si desconozco el devenir de los acontecimientos, si no puedo especular con que hay episodios más o menos inmutables en mi propia vida?

       Para empezar, la idea del orden no está presente en la mente de las personas con la misma fuerza durante todas las etapas vitales. De este modo, la adolescencia está caracterizada precisamente por el desorden. Esto es así porque es prácticamente un reflejo de la propia personalidad en desarrollo del joven. Su cerebro mantiene duras batallas con sus hormonas. El caos domina gran parte de sus sentimientos y de sus pensamientos y eso queda reflejado también en el espacio que habita, en su habitación, que generalmente parece una leonera. El orden necesita de cierta perspectiva, de cierta motivación que en muchas ocasiones está ausente en la mente de los más jóvenes.

       Pero ¡cuidado! Debemos evitar obsesionarnos con el orden ya que el afán por conseguirlo puede generar un trastorno obsesivo compulsivo en el que la necesidad de orden nos provoque verdadera angustia. En ocasiones, este trastorno lleva asociado algún pensamiento fatalista: «si no coloco esto de esta manera va a suceder algo malo».

       Para evitar los extremos entre el orden y el desorden excesivos sería conveniente facilitarnos a nosotros mismos espacios en los que nos desenvolvamos de manera cómoda sin tener que estar buscando continuamente aquello que necesitamos y procurando que el estado de todo aquello que nos rodea no nos agobie en exceso. También es importante que tengamos una actitud abierta al cambio porque la inflexibilidad nos mantiene encorsetados dentro de unos esquemas mentales de cómo tienen que ordenarse las cosas, por otro lado, si todo está excesivamente ordenado, antes tendremos la sensación de inquietud en cuanto se desordene una pequeña parte del todo. Eso vale tanto para los objetos como para los acontecimientos y experiencias de nuestra vida diaria.

       Retomando el hilo del desorden en la adolescencia, recuerdo de niño oír hablar a los mayores de alguien en particular con frases del tipo «a ver si ese muchacho se centra y sienta la cabeza de una vez» o «esa chica es una cabra loca, solo tiene pájaros en la cabeza». Para ellos, sentar la cabeza significaba justamente eso: centrarse y ocuparse de lo que era considerado importante: terminar los estudios, conseguir un buen trabajo, un coche, un piso, una pareja, hijos…

       Poco a poco, a medida que maduramos, la vida parece ordenarse a nuestro alrededor y en nuestro interior, aunque puede ser esta una impresión errónea. En una de sus famosas charlas a las que puedes acceder a través de YouTube, el actor, productor y director mexicano Odín Dupeyron nos explica que la sociedad nos impone un orden lógico en nuestro proceso vital que se antoja casi obligatorio y que nos guía como corderitos por un sendero predeterminado culturalmente: estudias porque tienes que estudiar, te buscas un trabajo porque es lo que toca, te casas porque tus amigos lo hicieron, tienes hijos porque es lo que viene…

       Independientemente de que la situación económica actual en España haga de esos hitos una montaña demasiado difícil de escalar, la cuestión importante aquí es si tú quieres seguir ese orden establecido: ¿de verdad querías estudiar lo que estudiaste? ¿te gusta el trabajo que tienes? ¿estás feliz con tu pareja? ¿te apetece tener hijos?

       Si somos capaces de detenernos en los momentos clave de nuestra vida para hacernos a nosotros mismos estas preguntas, para conocernos realmente, tal vez el orden de las cosas que suponemos prestablecido no aparezca tan ordenado ante nosotros y podamos elegir cualquier otro orden que estimemos razonable en la búsqueda del equilibrio, incluso si este último nos sorprende actuando como un funambulista en medio del caos, caminando sobre la cuerda floja mientras admiramos con sencillez cómo se genera la vida a nuestro alrededor.

       Como dirían en Japón: Makuto soke nankurunaisa (si haces lo correcto, todo va a estar bien).

 

Germán Vega Contributor
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