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El sueño

             La fina pluma del poeta puede deleitar los gustos más exigentes y conmover con palabras desconocidas a la gente que, amontonada en la plaza, se dejaba abrazar dulcemente por el hilo musical que se desprendía con gracia de los labios del escritor, quien estaba declamando una Oda al amor o tal vez una sencilla Lira; mágicas eran las palabras, sublime la presencia del mago de la rima y el verso. Tras las caras risueñas, se dejaba ver una apagada y sin sueños en los ojos. Finos los labios entreabiertos, mostraban una dentadura brillante y perfecta; un cuello delgado y un talle esbelto; toda una diosa, ataviada  con un hermosísimo vestido blanco, vaporoso, ceñido a la cintura, con un escote ligeramente pronunciado; por donde se dejaban ver sutilmente sus pechos, largo en la caída, hasta rozar el suelo. Ante tal  visión, el hombre fijó su mirada como aquel que ve por primera vez el mar y se asusta por su inmensidad; perdiendo por un momento la noción del tiempo, suspirando, continuó.

            Finalmente terminaba el poeta su recital, los presentes  llenos de sueños en el alma, se marchaban, la tarde  había concluido tras sentidos elogios y aplausos. El escritor  se dirigió hacia  donde se encontraba  hospedado, pero antes de subir al coche, su mente turbada por la belleza de aquella mujer, le hicieron mirar de un lado a otro como quien busca con desesperación una fina piedra o una joya, pero el hallazgo que minutos antes sus ojos habían hecho, desapareció por completo; y su corazón empezó a latir en un confuso ritmo.

            Al llegar al hotel se dispuso a descansar, se acomodó sobre la cama, cerrando sus ojos, intentando reposar, pero de inmediato la visión de aquella extraña pero hermosa dama, le acecharon de nuevo, sintiendo entonces un escalofrío recorrer todo su cuerpo; era ya cerca de la media noche cuando pudo al fin dormir.

 

            Amanecía, los rayos de sol se colaron por la rendija abierta de la ventana, el poeta se incorporó algo soñoliento aún de la cama. No podía creer haber logrado dormir, tras aquella nube de pensamientos que le llenaban el alma de un éxtasis indescriptible pero también de un desasosiego  incomprensible; ya que aquella mujer desconocida había despertado en él, sentimientos difíciles de explicar. Esos como la pasión y el amor, pues sentía con  solo recordarla,   un intenso deseo de poseer toda aquella belleza, de tener más que un recuerdo de aquellos labios; sintiendo que  a pesar de no conocerla, podría dedicarle una vida entera llena de poesía, de libros atestados de palabras dulces, darle una rosa y, susurrarle un  te amo.

 

            Todas estas ideas cruzaron por la mente del hombre quién todavía se encontraba en pijama, con los pies descalzos, y el cabello alborotado; disponiéndose después de tanto pensarlo a darse un baño y  vestirse para proseguir con su apretada agenda; tomó su desayuno y en un instante había tomado el rumbo de la calle paralela al hotel. Entretanto la hermosa dama sigilosamente logró entrar a la habitación del poeta, dejando una nota perfumada en la que se leía: “Espérame esta noche después de la premiación en la entrada”, la nota estaba firmada bajo el seudónimo: “La Dama de la Plaza”. La mujer intuía que el poeta regresaría en busca de algunas cosas olvidadas y estaría allí para su encuentro. Ella también estaba desquiciada de amor, de versos y sobre todo de él, que al haber dejado unos instantes sus ojos posados en ella, habían encendido una llama imposible de apagar.

            En efecto, el caballero regresó al hotel y se percató de la nota que estaba sobre sus cosas, impregnada de un delicioso perfume, al leerla sintió de nuevo el escalofrío que le recorriera el cuerpo la noche anterior, guardando con recelo la nota de la dama, que al igual que él deseaba el encuentro.

 Sucedió lo esperado, el poeta dio como presente a la dama una rosa, y ella le entregó dichosa la llave de su alma. Gustosos subieron a su habitación, había algunas flores, la cama tendida con sábanas blancas, las cortinas ligeramente abiertas dejaban entrar  destellos de un farol, hacía fresco, era ya media noche. La dama y el poeta se miraron fijamente a los ojos, sintiendo un ligero arrebato de la consciencia, se daba así comienzo al rito estremecedor del amor.

            Ella fue descubriendo sus muslos blancos como colinas nevadas, se fue zafando sin prisa el vestido, quedando al descubierto su infinita belleza, él quedó boquiabierto, sus ojos no daban crédito ante aquella perfección que nacía ante él, y decidió hacer de aquella noche algo inolvidable, la dama acudió a su cuerpo ambos sentían hervir su sangre. A la mañana siguiente, el poeta despertó sobresaltado buscando entre sus brazos a la diosa, que había encontrado entre aquella multitud, pero la dama ya no estaba se había marchado o tal vez nunca existió. Puede haber sido el sueño de un poeta al sentir que poseía el mar con una resaca de olas verdes en su cuerpo, al sentir el cielo perfectamente delineado ante sus ojos; sintiendo su inmensidad que le aplastaba.

María Josefina Trujillo Mayz. @letraviva_mjtm  blog: letra viva

One Comment

  1. Luis Brenia Luis Brenia 28 julio, 2021

    ¡Me ha en-can-ta-do!

    ¡Gracias por brindarnos Su Magia!

    ¡Un abrazo!

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