(Homenaje a algunas de las calles y plazas de Granada)
Una cámara réflex volando por los aires pasó rozando la cabeza del periodista perseguidor a la vez que el propietario de la misma, un turista asiático en bermudas, calcetines blancos y chanclas, volaba unos metros empujado por la embestida que un tipo disfrazado de Spiderman le había propinado. Era una carrera de dos, pero parecía una estampida.
En su afán por poner tierra de por medio, el “superhéroe” de Marvel, de figura atlética y estilizada, se había metido en medio del zoco moruno de la Alcaicería granadina, en donde sobra de todo menos espacio. Tambores artesanos, figuras decorativas de recuerdo, vestimentas típicas árabes, arguilas de colores; todo lo ofrecido al visitante en esa estrecha calle y expuesto ocupando parte de la misma salía despedido en distintas direcciones por las patadas, braceos, empellones, codazos y golpes que repartía en su huida el hombre araña. Cientos de pedazos rotos cruzaban la vía rebotando por sus paredes o impactando en los transeúntes presentes.
Los gritos de alarma a su paso hacían que más de uno se arrojase al interior de los comercios para no ser arrasados por Spiderman primero y/o rematados por su perseguidor en su intento por cazarlo. Hasta un carricoche de bebé, por fortuna sin ocupante, fue estampado contra una vitrina de dulces clásicos ante la aterrorizada mirada materna que apretaba al niño contra sí sin dar crédito a aquella locura de carrera.
—¡SÉ QUIÉN ERES! —gritaba muy seguro el segundo blandiendo una pequeña cámara de vídeo que increíblemente portaba en su acoso veloz, sin que eso supusiera un estorbo a la hora de esquivar los obstáculos que su predecesor le iba generando—. ¡SOLO UN PAR DE PREGUNTAS…! —Lograba gritarle en mitad de su agitada respiración por aguantar el ritmo a la vez que grababa— ¡PARA LA REVISTA “REALITY YOU”…! —confesaba el reportero.
Tras su paso, dejaron la angosta calle hecha un caos, con lamentos y maldiciones sonoras en varios idiomas y sirenas de policía lejanas que acudían al rescate.
Sin descanso, continuaron con su galopada atravesando la concurrida Plaza Bibrrambla, en donde varios grupos turísticos no supusieron freno alguno para estos dos, siendo esquivados con agilidad o apartados sin misericordia. Esto último activaba un efecto ola cuya amplitud terminaba en el último cuerpo que saliera rebotado.
Pocos metros los separaban ya cuando un inoportuno resbalón del periodista, con una mierda de perro recién plantada, dio con los huesos de este contra el suelo, con tan mala fortuna que, en el deslizamiento posterior, fue a topar contra una pareja de la policía local a los que derribó como si fueran un par de bolos.
Sin dar más explicaciones, y para no perder tiempo, se levantó y retomó el ritmo de galope mientras sentía detrás cómo se incorporaban los agentes e iniciaban a su vez su persecución al grito de “¡ALTO, POLICÍA!”, que él lógicamente ignoró para no perder su presa. Todos hacia la Plaza de la Romanilla sin más avituallamiento, ni balizas de señalización, ni reloj que los cronometre.
Así las cosas, tenemos al Spiderman en primera posición, algo atrás, ahora más alejado, al periodista anónimo que seguía grabando y, no muy lejos de este último, en tercera posición, la pareja de municipales gritando muy alterados. El grupo, estirado, pero aumentando en elementos mientras la gente que los veía pasar no entendía qué sucedía.
Cuando el hombre araña decidió colarse por la entrada del Mercado Municipal, completamente atestado a esas horas del mediodía, ya llevaba la idea de cómo deshacerse de su perseguidor. Conforme pasaba junto a los puestos de verdura, pescado, carne, frutas y hasta el de un zapatero, agarraba el género que fuera y lo iba arrojando a puñados tras de sí para dificultar las zancadas del otro, lo cual derivó en varias caídas de este, de los dos agentes y el enfado de varios comerciantes que no dudaron en unirse a la “serpiente multicolor” que comenzaba a ser aquel correcalles.
El jaleo que acompañaba a esta caravana se dejaba oír mucho antes de que pasaran por cualquier calle, lo cual provocaba situaciones confusas donde el miedo a qué era aquello de algunas personas se mezclaba con curiosos que salían al encuentro de los “atletas”. Hubo hasta un pasillo formado por un grupo numeroso de estudiantes cuando la comitiva pasó por la Plaza de la Universidad, donde los mayores ánimos se los llevó el superhéroe.
El cansancio iba haciendo mella en los participantes de esta particular “maratón” cuando aparecieron por mitad de la Gran vía, donde los frenazos de un autobús de línea y de varios automóviles evitaron alguna tragedia por atropello. No fueron pocos los usuarios del transporte, junto algún conductor lesionado, pero aún más enfadado, los que, tras increpar a la troupe que invadía el asfalto sin mirar el tráfico y ver que no atendían a sus peticiones, se incorporaban entre maldiciones a la persecución múltiple. Todos corrían ya sin saber a quién tenían que alcanzar para aclarar sus diferencias.
En ese instante fue cuando, llegados a la altura del Centro Cultural Manuel de Falla, el cabeza de carrera vio posibilidades en refugiarse en la “V Exposición de Leyendas de los 70-80”, una muestra amplia de personajes de tebeo de aquellos años en donde se podían contemplar, escenificados por modelos reales, desde Mortadelo y Filemón, a Zipi y Zape, El Jabato, La Masa, Los 4 Fantásticos o el mismísimo Spiderman, haciendo las delicias de los coetáneos de aquella época. Aprovechando su agilidad, la confusión creada por la marabunta agolpada en el local conforme iban llegando los diferentes “corredores” y el agobio de la única vigilante del evento cuando vio lo que se le vino encima, el perseguido se coló en un cuarto privado con una placa en la puerta de “Acceso restringido al personal autorizado”.
Mientras fuera se escuchaban las voces inconexas de cada cual exigiendo su justicia particular, se desnudó rápidamente. Miró a su alrededor y se vio rodeado por unas repisas en las cuales estaban, perfectamente ordenados, los trajes de repuesto, supuso, de los figurantes presentes en la muestra. Sin tiempo que perder, se disfrazó de Mortadelo, careta de silicona completa incluida, y salió fuera de nuevo como el que no quiere la cosa.
—¡Tú, Mortadelo, vuelve a tu sitio o es que no ves el follón que tengo! —le gritó la vigilante extremadamente nerviosa. Intentaba frenar la dispersión de toda aquella jauría humana a la vez que buscaba donde dejar reposar, para más tarde, el bocata de chorizo que tenía previsto tomar de tentempié y que no soltaba de su mano.
—Era Pocholo de Bulgaria, estoy seguro—insistía el reportero a la policía mientras lo esposaban sin dejar de grabar todo—. Me han dado un chivatazo de total confianza. Ese Spiderman era él—les explicaba sin que nadie le prestara la menor atención.
—¡Y A MÍ QUIÉN ME PAGA EL PESCADO!—clamaba un sudoroso cincuentón con botas de agua verdes y delantal plagado de escamas.
—¿DÓNDE ESTÁ LA ARAÑA ESA?—exigía descontrolada una despeinada joven con una camiseta con el anagrama de “Verdulería Doña Flora”—. COMO LA PILLE LA APLASTO COMO A UN GUSANO—zanjaba con la aprobación general y el rebrote de improperios.
—¡FE HE TRAGAFO LA FÁQUINA DE FICAR FILLETES DEL AUTOFÚS!(*)—berreaba algo ininteligible y fuera de sí un musculoso joven, en ropa de gimnasio, mientras espurreaba saliva roja por los dientes incisivos fracturados.
—¡Y PARA COLMO AQUÍ HUELE A MIERDA DE PERRO!— se quejaba un señor repeinado, con maletín y pinta de abogado, que encogía la nariz mientras miraba para todos lados intentando localizar el origen, lo que hizo que el periodista encogiera su pie para ponerlo fuera del alcance público, por si las cosas se ponían aún peor.
En medio de todo este sinsentido, nuestro antiguo Spiderman, ahora Mortadelo, pasó desapercibido delante de policías, periodista frustrado y del pueblo exigente de juicio y sentencia. Con la careta del detective de Ibáñez, nadie podía darse cuenta del semblante divertido que portaba a la vez que saludaba con una mano como haría el personaje de la exposición.
Tras dejar atrás al último individuo vociferante, y ya lejos de la visión y atención de todos los anteriores, salió tranquilamente del edificio por donde había entrado a la carrera. Una carrera de lo absurdo, a tenor de los resultados en meta, y de la que se fue riendo al considerarse el ganador sin derecho a premio ni medalla que lo recuerde.
Jajajaja! Un placer reírse con ganas con estas ocurrencias tuyas, Jose. Enhorabuena! He pasado un ratito muy agradable con tal peculiar carrera. Abrazo.