La suerte favorece solo a la mente preparada.
ISAAC ASIMOV, escritor de origen ruso, nacionalizado estadounidense.
La suerte es esa gran desconocida que puede vestirse de buena y de mala, que puedes o no puedes tener, que unas veces se presenta de cara y otras te esquiva.
La suerte es, según Pablo Neruda, el pretexto de los fracasados. Para Sabina, sin embargo, la suerte es solo la muerte con una letra cambiada. Pero ¿existe de verdad eso a lo que llamamos suerte? Para abordar una respuesta a semejante pregunta debemos empezar por el significado del término. Si consideramos que la suerte es un conjunto de sucesos predeterminados nos acercamos mucho a la idea de destino, de manera que creer en la suerte es creer en el destino, en una fuerza mayor ajena a la intencionalidad humana que influye de un modo u otro sobre los acontecimientos.
Los más escépticos argumentan que la suerte no existe y que es solo el resultado de la superstición y las creencias ancestrales instaladas en el imaginario colectivo. Para este grupo, los sucesos que nos ocurren no dependen de la suerte que tengamos; ocurren, sin más. No obstante, es muy común oír hablar del día de suerte, el color que nos da suerte, el bolígrafo de la suerte, el número de la suerte, etc. Numerosos amuletos y rituales que supuestamente atraen la buena suerte. No hay un argumento lógico que ampare esas creencias, pero ahí están.
En uno de los números de la revista Muy Interesante, se compartía un curioso estudio de Richard Wiseman, un profesor de psicología inglés que trató de explicar qué es lo que distingue a las personas con suerte de las personas desafortunadas. Para ello, el profesor pidió a un grupo de personas que se autoidentificaran como personas con o sin suerte y después les hizo leer un periódico en el que Wiseman había insertado previamente un anuncio en grandes letras que decía: «Dile al investigador que has encontrado el anuncio y recibe 250 libras». Las personas que dijeron tener suerte mostraron más posibilidades de ver el anuncio que aquellas que se consideraron desafortunadas. El hecho fue que las personas que dijeron no tener suerte se mostraron más ansiosas a la hora de leer el periódico y tuvieron una mayor probabilidad de que el anuncio se les pasara por alto al perder la capacidad de observación. ¿Fue eso cuestión de suerte? Probablemente no.
Sin embargo, la conclusión del profesor Wiseman no deja de ser interesante: la suerte no es algo que nos pase, sino algo que nosotros creamos, como si de algún modo la atrajéramos con nuestra actitud. Y precisamente para atraerla nos ofrece algunas claves.
La primera es sonreír. La sonrisa tiene efectos beneficiosos para el estado de ánimo. Sonreír libera endorfinas que actúan como analgésicos y estimulan los centros de placer.
La segunda, abrirnos a las experiencias, vivir más relajados. Si estamos atentos a las posibilidades que se nos presentan, tendremos más opciones de vivir experiencias nuevas, conocer a otras personas y descubrir muchas cosas.
La tercera, escuchar nuestras corazonadas y prestarles atención. El instinto a veces nos ayuda a encontrar la mejor opción.
En cuarto lugar, confiar en que lo que nos va a ocurrir será positivo. ¿Quiere esto decir que si lo pensamos ocurrirá? Seguramente no, pero viviremos mejor si pensamos en positivo porque eso ayudará a mantener la actitud correcta ante lo que nos ocurre.
Y, por último, relativizar los fallos, convertir los errores en algo positivo. Hay una palabra muy de moda en la actualidad relacionada con los Fondos Next Generation de la Unión Europea que supuestamente nos ayudará a salir de la enorme crisis sanitaria, social y económica en la que nos ha sumergido el coronavirus, esa palabra es «resiliencia», que no es más que la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o a una situación adversa. Practiquemos pues la resiliencia y atraigamos la mejor de las suertes.
¿Y qué hay de la mala suerte? Todos hemos oído hablar de algunas personas que parecen tener un imán para atraerla. Son los llamados gafes, quienes no son bien recibidos en ningún sitio debido a la fama que les precede. Hay algunos de renombre, como es el caso de Robert Todd Lincoln, el primogénito de Abraham Lincoln y el único de sus hijos que llegó a la edad madura. Cuentan las crónicas que el pobre Robert estaba junto a su padre cuando lo asesinaron el 14 de abril de 1865 en el Teatro Ford de Washington D.C., y esto podría ser considerado un hecho fortuito, pero el caso es que, tiempo después, acudió a una invitación del presidente James A. Garfield, para cuyo gobierno trabajaba como secretario de Guerra, con la mala fortuna de presenciar cómo era tiroteado en su presencia cuando ambos se despedían antes de subir al tren en la estación de ferrocarril de Washington D.C. Garfield murió setenta días después, aunque debe decirse que su muerte fue más producto de los intentos por extraerle la bala que por la bala misma, que convirtió una herida de unos milímetros en algo mucho más grave.
Veinte años más tarde de este suceso, el presidente William McKinley invitó a nuestro gafe de honor a la Exposición Panamericana en Buffalo. En la visita al Templo de la Música el mandatario fue asesinado por el anarquista Leon Czolgosz ante la atónita mirada de Robert. No es de extrañar que, tras este tercer caso, un abatido Lincoln declinara cualquier invitación presidencial creyendo que la fatalidad rondaba a los presidentes en su presencia. En su defensa diremos que los intentos de magnicidio en esa época no eran precisamente hechos aislados.
Por último, hay casos en los que no podemos distinguir la mala suerte de la buena. Un ejemplo es la experiencia de Roy Sullivan, un hombre alcanzado siete veces por un rayo. La probabilidad de que te alcance un rayo en un periodo de ochenta años es de una entre diez mil. Pero ¿qué opinas tú? ¿Es mala suerte que un rayo cayera siete veces sobre él o es buena suerte que sobreviviera las siete? Supongo que todo es cuestión de perspectiva.
Hay una frase que se le atribuye a Séneca: la suerte es lo que ocurre cuando la preparación coincide con la oportunidad. Yo me consideraré un hombre afortunado si logro que leas, comentes y compartas este artículo para así lograr llegar a muchos más lectores. Y aunque no lo hagas, yo seguiré esforzándome día a día para ser mejor escritor y, sobre todo, para ser mejor persona. Con un poco de suerte, quizás lo consiga.
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