Di la verdad y avergüenza al diablo.
FRANÇOIS RABELAIS, médico, escritor y humanista francés.
En su libro La cultura de la vergüenza, el psiquiatra Andrew P. Morrison plantea que la vergüenza es una constante de nuestra cultura y un aspecto permanente de la experiencia humana. No obstante, hasta hace relativamente poco, la psicología no se ocupaba del papel de la vergüenza, sino que centraba su atención en la culpa. Para Morrison, la vergüenza es el producto de la falta de autoestima, aunque añade a esta carencia otros problemas psicológicos que pueden adoptar formas más complejas. En su libro, el doctor Morrison explica el lenguaje de la vergüenza y sus consecuencias, además de mostrar su impacto en las personas y la manera de superarla.
Según M. Lewis, la vergüenza nos hace sentir una incomodidad intensa, sentimientos de insuficiencia y falta de mérito y deseos de desaparecer, de escondernos de los demás.
La vergüenza está relacionada directamente con las relaciones humanas y con la comparación con el otro. Solemos sentir vergüenza cuando nos sentimos bajo la mirada crítica del resto, aunque también podemos ser objeto de esa mirada crítica desde el interior de nosotros mismos atendiendo a patrones culturales aprendidos.
En Psychology Today, Bernard Golden nos habla de la vergüenza tóxica o abrumadora, que es aquella que surge no de que nos digan que hemos hecho algo malo, sino que somos algo malo, y que puede impedirnos aceptar cualquier concepción positiva por parte de los demás o de nosotros mismos.
¿Es lo mismo vergüenza y culpa? Podemos decir que ambas son emociones y que las dos están relacionadas con una evaluación negativa de la propia conducta, aunque es verdad que sentirse culpable de algo no siempre va acompañado de esa evaluación negativa del propio yo. Mientras la vergüenza es la turbación del ánimo por la conciencia de una falta cometida, la culpa se entiende como la imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. Ser culpable es ser el causante de algo. Sentirse culpable, sin embargo, es creer haber sido el causante de algo, sea esto un hecho real o no. También es importante constatar que la vergüenza y la culpa están íntimamente conectadas con la cultura, de manera que algunas acciones que en un determinado lugar pueden generar un sentimiento de culpa y de vergüenza, en otros lugares son aceptadas con naturalidad. Por poner un ejemplo sencillo, eructar cuando has acabado de comer es considerado de mala educación en Occidente, de manera que hacerlo nos proporcionaría cierto sentimiento de vergüenza cuando menos, y algo de culpa si nos consideramos hacedores de una mala acción; mientras que en Medio Oriente y Arabia es una señal de satisfacción y de agradecimiento, por lo que no sentiríamos ni vergüenza ni culpa si nos arrancáramos con un buen eructo después de saborear un exquisito plato.
Pero voy a ir un poco más allá. Te hablaré de la tribu de los Etoro, en Papúa, Nueva Guinea, una comunidad formada por no más de 400 o 500 personas dedicadas a la caza y a la agricultura. Los Etoro fomentan las relaciones homosexuales entre los hombres, relegando las relaciones heterosexuales exclusivamente para la procreación. ¿Qué tiene de vergonzoso la homosexualidad?, te preguntarás con razón. Nada, por supuesto. No es ahí donde quiero hacer el inciso. Ten un poco de paciencia.
Lo más curioso de los Etoro es su concepción de la sexualidad. Las relaciones sexuales con las mujeres solo se permiten en determinados lugares, fuera del poblado, y solo con el fin de procrear. Además, según las creencias de la tribu, el semen no es creado por el propio cuerpo, sino que ya existe en una cantidad limitada dentro de él. Por eso, el semen es considerado un bien preciado y los jóvenes deben ser inseminados por otros hombres de edad adulta para que sean más viriles.
Los varones de doce años adquieren un tutor, representado por un hombre adulto, con el que convivirán y con el que deberán pasar un tiempo aislado en un territorio restringido para las mujeres hasta la edad de veinte años. Durante ese periodo, recibirán de sus tutores los conocimientos imprescindibles acerca de la caza y el cultivo y, por supuesto, una ingente cantidad de semen que los hará más viriles y vigorosos. Para que cada uno de estos jóvenes pueda considerarse adulto, todos los hombres maduros deberán eyacular de forma simultánea sobre su boca.
Un último apunte curioso: el chico que se desarrolle rápidamente y parezca más vigoroso que el resto en un tiempo menor será puesto en tela de juicio ya que se le supondrá una conducta inapropiada y prohibida, esto es, alimentarse del semen de sus compañeros. Esta sería una conducta vergonzosa para los Etoro, así como la adicción de las mujeres al sexo.
Como habrás podido imaginar, no hay vergüenza ni culpa en los Etoro ante esta práctica que podría generar rechazo en otras partes del mundo.
A pesar de que la vergüenza y la culpa están íntimamente relacionadas, no siempre van de la mano. Podemos sentir vergüenza sin que esta tenga que ir acompañada forzosamente de la culpa. Imaginemos, por ejemplo, que esperamos cerca de la calzada para cruzar en un día lluvioso y un vehículo pasa junto a nosotros demasiado rápido y nos empapa de arriba abajo. Este hecho, aparte de enfadarnos e indignarnos a partes iguales, también podría generar en nosotros el sentimiento de vergüenza al sabernos objeto de miradas y burlas ajenas.
En el otro extremo, y como adelantábamos, podemos ser culpables de muchas cosas, pero no todas ellas tienen por qué avergonzarnos. En cualquier caso, según la doctora Brené Brown, la culpa puede ser saludable en ocasiones si nos impulsa hacia comportamientos y pensamientos positivos.
También podemos sentir vergüenza ante la acción de un tercero que, sin tener que estar directamente relacionada con nosotros, consideramos ridícula o embarazosa. Si bien es verdad que esa vergüenza será mayor cuanta más proximidad tengamos con la persona que la causa. Pongámonos en la piel de quien asiste a una cena de empresa y observa como uno de sus compañeros se pasa con el alcohol y comienza a decir y hacer cosas ridículas o patéticas. La vergüenza ajena, como es llamado este sentimiento particular, tiene su origen en la empatía, esa capacidad que tienen los seres humanos —aunque no todos— de ponerse en el lugar del otro, de manera que a mayor empatía mayor posibilidad de sentir vergüenza ajena.
Todos, en mayor o menor medida, hemos desarrollado ese «sentido de la vergüenza» personal que nos saca los colores de vez en cuando.
¿Cómo superar la vergüenza? El doctor Golden nos da algunas claves interesantes: Hacernos conscientes del guion de nuestro diálogo interno y ampliar nuestra capacidad de observarlo sin reaccionar a él (el poder de la mente); desarrollar una mayor compasión interna con nosotros mismos; tener la capacidad de identificar y soportar el dolor causado por nuestras heridas internas y perdonarnos por los pensamientos y acciones de nuestro yo anterior.
Todos fallamos, todos nos equivocamos, todos herimos y somos heridos. Volvemos al argumento de siempre: nadie es perfecto. Está bien avergonzarse cuando uno comprende que ha errado, pero ese sentimiento no debe atenazarnos y hacernos presa de la culpa inmovilizándonos. Debe servirnos para mejorar, para ser mejores personas. Debemos empezar por entablar ese diálogo interior con nosotros mismos desde la compasión, desde el entendimiento y el reconocimiento de aquello que hemos hecho mal. Después, debemos darnos otra oportunidad para practicar lo aprendido y actuar en consecuencia.
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