María Dolores Laso Flores nació en Cortijos Nuevos, un pequeño municipio de Jaén, en el término de Segura de la Sierra. Licenciada en Filología Hispánica, en la actualidad ejerce como profesora de Lengua Castellana y Literatura en el IES «Rafael Reyes» de Cartaya (Huelva), donde reside.
María cuenta con 7 novelas publicadas, 5 de ellas editadas por la editorial Niebla y dos autopublicadas, además de una colaboración con la editorial Pábilo escribiendo el último capítulo de un libro encadenado (2019).
De entre su numerosa producción literaria, sus primeras novelas componen «La trilogía de El rompido»: No cruces a la otra banda (2014), El tatuaje del faro (2015) y Bajo el fango de la ría (2016), Dos años después publica La culpa fue de Saramago (2018) y al año siguiente, Apaga el fuego, si puedes (2019). A continuación, la autora escribe Cómo matar a una booktuber (2020) y El palacio Drubravko (2021), que es, hasta el momento, su última obra publicada.
“El palacio Dubravko es un puzle sobre el poder redentor del amor”
GV: Te llamas María Dolores, pero todos te conocen por María. Siendo natural de Andalucía, ¿no te llamaron nunca Loli, Lola o algo parecido?
ML: No. Además, Dolores es un nombre que nunca me ha gustado. Me pusieron María por todas las mujeres de mi generación, supongo, y Dolores por una tía. Pero de pequeñita siempre fui María. Así es como firmo y como me conocen tanto en mi círculo personal como en el mundo literario.
GV: Te consideras una ávida lectora, pero es evidente que tampoco pierdes el tiempo escribiendo. Prácticamente no has parado desde 2014. ¿Qué sucedió a partir de No cruces a la otra banda (escrita en 2014 y reeditada en 2021) para que te hayas mantenido tan activa durante todos estos años?
ML: Como dices, soy ante todo una ávida lectora y creo que a los que leemos mucho, en algún momento de nuestra vida, nos entra el deseo de escribir, de intentar plasmar de algún modo alguna historia que tenemos en mente. Te levantas un día y dices: «Yo sería capaz de escribir una novela». No cruces a la otra banda surgió de esa manera. Creé una historia a partir de lo que me rodeaba, mirando a mi alrededor. De hecho, a pesar de ser mi primera novela —con todo lo que eso supone—, obtuvo un éxito sorprendente, sobre todo a nivel local. También estuvo rodeada de cierta polémica, porque algunas personas se vieron identificadas con determinados personajes, aunque es totalmente ficticia. La novela ha seguido ganando adeptos y, hoy por hoy, es la más vendida y la más leída de mi bibliografía. A partir de esta, me vine arriba y comencé a escribir de manera constante. La escritura no es un trabajo fácil, aun así, es una necesidad; se acaba convirtiendo en algo que necesitas en tu vida. Sin embargo, llevo un año sin escribir, la pandemia ha cambiado muchas cosas y ahora me apetece descansar un poco antes de retomar alguno de mis proyectos.
GV: Más que pertenecer a un género concreto, tus novelas contienen suspense, misterio, trama policial… Hay también algo de romanticismo y erotismo en ellas. ¿Cómo definirías tu estilo? ¿Qué quieres provocar en el lector?
ML: Tengo un estilo totalmente mestizo, de mezcla de géneros. Quiero hacer ver a mis lectores que las historias que cuento son posibles. Que cualquiera podría ser el protagonista de ellas, que la realidad y la ficción pueden ir de la mano. Pero también mostrar que en la aparente normalidad de la sociedad se esconde mucha oscuridad y situaciones horribles que no dejan de golpearnos, como el maltrato, la corrupción, las drogas…
GV: ¿Y crees que lo has conseguido? ¿Has logrado provocar eso?
ML: Creo que sí. Muchos lectores me cuentan que les gusta cómo escribo, precisamente porque describo experiencias cotidianas con las que todo el mundo puede sentirse identificado, situaciones que podrían pasarle a cualquiera. También me dicen que lo hago con un lenguaje que entienden, natural y cotidiano. Para mí es un honor que me interpreten de esa manera.
GV: Muchas de tus novelas incluyen escenas muy explícitas de violencia y sadismo, con una dureza que a veces se antoja difícil de digerir. ¿Cómo eres capaz de mimetizarte con personajes tan crueles? ¿Consideras esos pasajes necesarios?
ML: (María me sonríe con complicidad porque hemos comentado esto en alguna otra ocasión). Bueno, forma parte de mí. De mi historia. Que conste que soy una persona civilizada —explica entre risas—, pero pertenezco a la España profunda. Nací en una aldea en la que toda la comunidad disfrutaba de la matanza del cerdo. Mi propia abuela era matarife y crecí con la visión de esa fiesta, ese sacrificio, viendo correr la sangre. En esa España profunda de la que te hablo, el maltrato, el alcohol y la violencia en general eran el pan de cada día. Por otro lado, tengo cuatro hermanos; las películas que se veían en casa y con las que crecí eran de todo tipo; entre ellas, las que más gustaban eran las de terror o las más violentas. Al final, los escritores acabamos reflejando lo que hemos visto, lo que hemos vivido, y, en última instancia, lo que hemos imaginado. La culpa fue de Saramago, por ejemplo, está basada en algunos hechos reales; toma esos hechos como base para la estructuración y desarrollo de la novela.
GV: Cuentas con seguidores entre tus alumnos. ¿Consideras tus novelas posibles candidatas a ser leídas como actividad de clase?
ML: (María hace una mueca de desaprobación). Yo no la recomendaría. A ver, no quiero que se me malinterprete; mis novelas pueden ser leídas por jóvenes porque no contienen cosas distintas a las que pueden ver por otros medios. De hecho, están disponibles en la biblioteca del instituto donde trabajo, junto a la de otros compañeros que también escriben, pero si tuviera que recomendar alguna lectura para los chicos no serían mis novelas. Como decía Ernesto Sábato pensando en sus propios hijos —no son sus palabras exactas—: «No quiero que lean mis libros. Los tengo ocultos en la parte más inaccesible de mis estanterías para que no tengan acceso a ellos». En mi caso, y en lo que a mis alumnos se refiere, prefiero que sigan viviendo en su burbuja social, protectora, y alejados, en lo posible, de las miserias de la humanidad.
GV: Has publicado con editorial y autopublicado ¿Cómo es tu relación con la editorial Niebla y cuáles son las diferencias principales que aprecias entre la autoedición y la publicación por medio de una editorial tradicional desde tu propia experiencia?
ML: Mi relación con la editorial es fabulosa. Estoy muy agradecida a Rafa Pérez, mi editor, porque siempre se ha portado muy bien conmigo, lo considero un amigo más que mi editor. Niebla es, bajo mi punto de vista, una de las mejores editoriales de Huelva. Lo que ocurre es que no deja de ser una editorial pequeña y tú y yo sabemos que nuestros libros nunca van a estar expuestos en las mesas de las librerías. Para eso necesitas tener una mayor relevancia y más publicidad. Autoeditar, por otro lado, te proporciona mayores regalías. En ambos casos, vuelvo a insistir, la publicidad siempre tienes que hacerla tú. Somos los escritores los que tenemos que promocionarnos para hacernos visibles. En cuanto a la corrección y el diseño de portada, siempre han corrido de mi cuenta, con la inestimable ayuda de colaboradores, claro, pero es un proceso que siempre he realizado yo, independientemente de publicar con Niebla o autopublicar. Otra diferencia que resaltar es la calidad final del producto: está clarísimo que con una editorial tradicional la calidad es mayor que autopublicando.
GV: Me consta que en ocasiones has intercambiado tus libros con otros escritores que te han enviado los suyos. Es una hermosa manera de compartir. ¿Sueles hacerlo a menudo? ¿Ves más competencia o camaradería en el gremio?
ML: Hay de todo en cuanto a la competencia y la camaradería, pero casi todas mis experiencias al respecto han sido positivas. Lo de intercambiar los libros no suelo hacerlo mucho, aunque últimamente lo hago un poco más. Tal vez lo haya hecho en una decena de ocasiones. Me gusta darles la oportunidad a otros escritores. Si están interesados en mis novelas y a mí me parecen interesante sus propuestas, ¿por qué no hacer un intercambio y darnos una oportunidad mutuamente? He descubierto buenos escritores de esta manera, seguro que seguiré haciéndolo.
GV: ¿Ha evolucionado tu manera de escribir desde No cruces a la otra banda? ¿Qué crees que has aprendido en el camino?
ML: ¡Uf! Muchísimo. De hecho, No cruces a la otra banda tuvo una reedición en 2021. La consideré necesaria, porque, como te decía al principio, es la novela que mayor éxito ha tenido de entre todas las que he publicado, y consideraba que debía corregir y mejorar algunas cosas del primer manuscrito. Sobre todo, porque a raíz de mis dos últimas novelas tengo lectores nuevos que se han interesado por el resto de mis obras. Con la reedición, No cruces a la otra banda gana en calidad y no defrauda a los que se acercan a ella habiendo leído Cómo matar a una booktuber o El palacio Dubravko. Por otro lado, al ser una lectora empedernida, soy mi mayor crítica. También soy de las que siempre aconseja a los escritores noveles que pidan opiniones sinceras, que no se queden en el círculo de familiares y amigos porque ellos no se atreverán a hacerles una buena crítica constructiva. Es necesario que cuenten con alguien capaz de hacerles comentarios objetivos que ayuden a mejorar. Por último, hay que aprender a ser autocrítico, aunque sin flagelarse. Es la única manera de crecer.
GV: ¿Cuál dirías que es una característica que podemos encontrar en todas tus novelas y que no has cambiado? Algo que te defina y que siempre está presente en tus libros.
ML: La violencia contra la mujer. Creo que eso es algo que siempre está presente en mis novelas.
GV: Yo diría, además, que siempre procuras enseñarnos alguna curiosidad, algo nuevo, poniéndolo en boca de tus personajes.
ML: Bueno, es posible. Tiro mucho de mis experiencias vitales cuando escribo: inquietudes que tengo en ese momento, cosas que leo, que veo en televisión o en el cine, canciones que me inspiran, los sucesos con los que ametralla el telediario o que se cuentan en nuestros círculos sociales… Son pinceladas que aprovecho y que incorporo, vistiéndolas con ropaje literario, en mis novelas.
GV: Hablemos de El palacio Dubravko, ¿cómo surge la idea de la novela?
ML: (María se ríe abiertamente) Pues, aunque no lo creas, es algo que muy pocas personas conocen y que hoy voy a contar.
GV: Bueno, pues comparte el secreto con el gran público.
ML: (Más risas) Bueno, pues verás, resulta que yo vivo en unos adosados y tanto el que está a mi derecha como el que está a mi izquierda se alquilan. En 2019, vino a vivir a uno de ellos una familia del Este (desconozco la procedencia exacta) con un hijo mayor y una hija pequeña. Se quedaron unos tres meses y llegaron en una caravana (María hace una pausa teatral. Yo ya me veo venir el resto de la historia). A la semana de instalarse, vi que habían puesto un cuenco con sal y una ristra de ajos en un macetón que había en la puerta. Ese fue el detonante para que mi mente comenzara a elaborar una historia. Así nació El palacio Dubravko.
GV: ¿Y por qué Croacia?
ML: Estuve allí de vacaciones hace unos años, poseía documentación sobre el país y sus costumbres. Escocia también está incluida en la trama, un país maravilloso que no me importaría volver a visitar. Me encantó Croacia, su historia, sus costumbres, su comida, sus leyendas y anecdotario, y la ubicación encajaba muy bien en la novela. Por otro lado, Cartaya es una comunidad muy acostumbrada a convivir con inmigrantes, temporeros marroquíes, africanos y de Europa del Este en su mayoría, y me pareció una buena idea que la historia acabara justo aquí.
«El amor es lo único que nos salva de ser unos bichos»
GV: La mayoría de los personajes (Agneza, Isabel, Marko…) son seres atormentados, anulados y prácticamente empujados por las circunstancias a vivir esas terribles experiencias que se narran en la novela. Se queda uno con la sensación de que, durante mucho tiempo, no pudieron o no supieron luchar contra eso. ¿Querías crear ese ambiente carcelario de terror?
ML: Sí, algo así. Las personas que sufren traumas suelen verse acompañados por ellos toda la vida. Esas experiencias marcan, hacen que seamos como somos y que actuemos de la manera en que lo hacemos. Por ejemplo, es lo que pasa con Isabel: su miedo a la maternidad. En cuanto a Marko, su fracaso inicial al no poder proteger a los que más quería lo lleva, posteriormente, a hacer todo lo posible para proteger a su nueva familia. Los traumas siempre terminan saliendo a la luz, aunque pasen muchos años agazapados en el interior de quien los sufre. Muchas enfermedades mentales se desencadenan a partir de determinados traumas.
GV: Defines El palacio Dubravko como «un puzle sobre el poder redentor del amor». ¿Cree María en ese poder?
ML: ¡Claro que sí! En el fondo yo soy una romántica empedernida —asegura entre risas—. El amor es lo único que nos salva de ser unos bichos.
GV: Es frecuente ver cada día una nueva publicación con una opinión positiva del libro. ¿Estás satisfecha con la aceptación del público y con el feedback que estás recibiendo?
ML: Lo estoy. Cuando publicas una novela, te corroen las dudas. Pero, afortunadamente, las sensaciones que estoy teniendo con El palacio Dubravko son muy buenas. Desde que publiqué Cómo matar a una booktuber, me siguen muchas lectoras de novela romántica. Tenía mis recelos sobre lo que opinarían de esta novela, pero está gustando, a pesar de la violencia explícita que contiene. La opinión general es que es dura, pero también romántica.
GV: Voy a hacer algunas afirmaciones y dime si podrían haber sido dichas por María Laso. Será como jugar al «verdadero – falso»:
a) «La labor de un profesor puede resultar tan frustrante que, en ocasiones, es fácil plantearse dejar la profesión».
ML: (María se ríe abiertamente ante esta afirmación tan categórica). Eso no lo he dicho yo. Estoy completamente segura. Esa frase no es mía.
b) «Tengo una imaginación enfermiza. Esta se desborda cuando el aburrimiento me abruma».
ML: (Más risas). No sé. Es posible que lo haya dicho. La verdad es que no podría negarlo ni afirmarlo.
c) «Mezclo el humor con la ironía, el erotismo con la crudeza de episodios truculentos y, no sé por qué razón, a los lectores les encanta».
ML: No lo recuerdo, pero podría haberlo dicho.
d) Mi relación con El Rompido fue amor a primera vista, por lo que no me ha costado demasiado echar raíces en este lugar.
ML: Eso es cierto. Lo habré dicho en alguna ocasión.
Al acabar el juego, le comento a María que todas esas afirmaciones son de Ayla, un personaje de No cruces a la otra banda. María sonríe. Parece sorprendida. Yo, sinceramente, no lo estoy tanto.
GV: Si María Laso no fuera profesora ni escritora, ¿qué podría haber sido además de mujer, hija, hermana, esposa, madre y amiga?
ML: Quería ser periodista. Corresponsal de guerra. De hecho, era mi primera opción cuando terminé el Bachillerato. Lo que ocurrió fue que no pude acceder y elegí la segunda opción, que era Filología Hispánica —la tercera era Criminología—. Pero no me arrepiento de haberla estudiado y de ejercer como docente. La educación me encanta y creo que es la mejor profesión que podría haber elegido.
GV: Para terminar, un proyecto futuro y un deseo para lo que queda de año.
ML: Por desear, lo que deseamos todos: que esta pandemia se acabe y que podamos volver a vivir como antes. Que las cosas mejoren en el mundo: me entristece mucho lo que está ocurriendo en Afganistán, en Siria, la hambruna que sufren millones de personas… En cuanto a los proyectos, tengo pendientes un par, pero, como te dije al comienzo, ahora estoy en un periodo de reflexión y de prioridades. Ya veremos.
Nos despedimos con un abrazo virtual que reduce a nada los 1.300 kilómetros que nos separan. Mantener una conversación con María Laso es hacerlo con una persona abierta, positiva y cercana, que habla sin ambages y que se detiene a escuchar atentamente antes de responder. Su imaginario está plasmado en sus novelas, en su manera de narrar y en muchos de sus personajes. Su sinceridad y su asertividad la convierten en la acompañante perfecta para disfrutar de una velada entre amigos hablando de libros y de historias de vida, compartiendo una cerveza en algún lugar del El Rompido. Espero que el destino nos tenga reservada esa oportunidad. Seguro que merecerá la pena esperar.
EL PALACIO DUBRAVKO (MARÍA LASO)
1
No huían, viajaban en autocaravana.
Hacía un año y diez meses que nadie lo había llamado con el nombre que le asignaron al dejar el vientre de su madre, el que había sido su principal seña de identidad. Tampoco habían pronunciado el de ella durante todo aquel tiempo. Solo el bebé respondía a su nombre de pila —Juan—, aunque acabara de cumplir los tres meses y todavía no hubiera alcanzado la capacidad de atender a él. Marisa solía decir que no sería hasta los siete u ocho meses cuando el bebé conseguiría reconocer su nombre y mirarlos al escuchar sus voces llamándolo. También, que el desarrollo de los niños no era igual en todos los casos y que, estaba segura, el pequeño lo haría antes porque parecía muy espabilado. Él también creía en la precocidad de su hijo. Lo empezó a creer desde antes de que naciera, cuando en los meses de espera se ovillaba junto a Marisa y rodeaba su vientre como si tuviera el mundo en sus manos.
El nombre de uno es importante, identifica y da entidad. Así había sido desde el Génesis, cuando Dios, al separar la luz de las tinieblas, le puso nombre al día, a la noche, a los animales y a los primeros seres humanos: Adán y Eva. En cambio, el apellido no le parecía tan significativo. Podría resultar un lastre. De hecho, en algunas culturas no existió hasta casi la contemporaneidad.
No tuvieron ninguna duda en cómo llamar a su hijo. Juan era un buen nombre, el de un gran hombre. El de la persona que los ayudó a escapar.
Vaciló, reticente, al recordar los sucesos del pasado. No se debía al hecho de haberse equivocado en los pasos que habían dado desde entonces, sino a la culpa. El sinsentido de vidas segadas sin previo aviso, arrebatadas con violencia. El día en que murió Agneza fue el comienzo de todo, el pistoletazo de salida para empezar a caminar por la cuerda floja, con red de seguridad hecha jirones bajo sus pies.
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