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La vuelta al perro

Es fácil, sólo hay que esperar la oportunidad. Allí, junto a los macetones de adobe pintado cubiertos de malas hierbas entremezcladas con convólvulos silvestres, está el perro echado. Ha comido mucho y la pereza se ha adueñado por unos instantes de su curiosidad. Dentro de un rato comenzará el asedio.
Se ha incorporado, recorre paciente y despreocupado el patio que ya conoce, husmea los rincones, orina en los consabidos límites de su territorio y se distrae…
¡Ahora! El perro ha vuelto la cabeza y ha descubierto su cola movediza. Este es el punto preciso en el que tiene lugar la disociación. El perro intenta prender la zigzagueante criatura adherida a sus mismos movimientos y ésta escapa, obligándolo a girar. El perro se persigue en torno de sí, mientras huye, rodeándose. Ya el movimiento circular es vertiginoso y, por momentos, la cola parece cercada por su obstinado perseguidor, pero, al final, esquiva la jadeante proximidad acechante,
En la vorágine de la circularidad creada, el perro se lanza huidizo, confundido y urgente: el entorno comienza a tensionarse. Cuando logra apresar la cola, ésta, acto reflejo, se desliza a través de sus dientes y vuelve a tomarle la delantera. Los giros continuos se acrecientan. La cola no cede un solo centímetro ni el perro pierde distancia. Como la horca a su víctima, el horizonte se cierra, anudando cielo y tierra alrededor del perro y de la cola. El movimiento cíclico se invierte en el entorno y a cada intento del perro fluctúa su diámetro, ora infinito, ora puntual. Por fin el vértigo circular origina un eje y el eje se transforma en núcleo cuando las órbitas trazadas en el tiempo se colapsan, unas sobre otras; las exteriores, correspondientes a las más recientes, se abalanzan hacia las internas. La velocidad aumenta inmensurable y la fuerza centrípeta se encarga del perro y de la cola, abismándolos, incluyéndolos en la fuga adimensional.
En la singularidad actual el perro persigue aún su cola, mas ésta viaja ahora hacia adelante y pertenece a otro perro, que es él mismo y ha alcanzado una longitud infinita. Su cabeza, así como las extremidades delanteras, se pierden por detrás del horizonte oriental, donde ya se ha fundido con la línea sin espesor de la noche. La cabeza persecutora, en cambio, asoma por detrás de la cola y, a punto de tomarla, pifia nuevamente, devolviendo al perro interminable hacia la línea del occidente, donde siguen estirándose hasta perderse sus extremidades posteriores y también su cola.
¿Cómo llegará hasta ella si la cola viaja siempre un paso más veloz hacia adelante y él sigue alejándose de ella a la misma velocidad?
Los macetones, las plantas, el patio y el cielo se extienden hacia todas direcciones a través del espacio plano de dos dimensiones y esto hace que el tiempo se detenga, convirtiendo entonces al entorno, al perro y a la cola fugitiva en una sola línea que viaja dentro de un punto.
No hay velocidad, no hay movimiento alguno, y el perro y la cola son innumerables singularidades aisladas que distorsionan los consecuentes universos negativos que van implotando uno tras otro. Y la cola persigue al perro, éste al perro que persigue a la cola que persigue a la cola que persigue al perro y trazan direcciones que huyen unas de otras también y el hiperespacio se entrelaza al fin y adquiere miles de miles de dimensiones concurrentes, gracias al perro y la cola, que no cejan en su empeño por infinidad de tiempos paralelos, en los cuales, si bien no hubo ni habrá jamás perros ni colas, sino un conglomerado de energía primordial que se comprime y estalla en forma de quásar, fundiéndose en el plasma radiante que desencadena la incontrolada sucesión de quarks y leptones y origina las partículas virtuales fundadoras de las cuatro fuerzas de la naturaleza, explicándose así el Todo y la Nada, allí pues, alguien igual a mí está acabando este mismo escrito, porque el perro en el patio ha resuelto dejar en paz a su cola, y a cada uno de nosotros.

Memorias de un amnésico olvidado

La ausencia de recuerdos de alguien que a su vez ha sido borrado de los registros de toda memoria pueden significar dos cosas: La nada absoluta o un Universo potencial por descubrir. Basándose en la segunda premisa, adentrarse en las páginas que presenta este libro supone una aventura intelectual de novedosas connotaciones para quienes aprecian el ingenio y la creatividad, ahondando en las profundidades, inmiscuyéndose en los recovecos más intrincados y rozando los límites del lenguaje. La serie de escritos que componen este volumen exigen la participación activa del lector en este juego, donde lo literario y lo matemático se entremezclan ilimitadamente como en una cinta de Moebius. Memorias de un amnésico olvidado no es un mero juego de palabras, es un laberinto de espejos que devuelven a cada quien, sus propias imágenes variables y profusas, gracias a la enorme riqueza de esos símbolos abstractos que utilizamos para dar sentido al mundo y llamamos lengua.

 

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