José Sorroche Baldomero (Uleila Del Campo, Almería,1955) era hace treinta años aquel hombre alto y que saludaba siempre sonriente a familiares y conocidos por las calles de mi barrio de Granada. Nos volvimos a ver hace unas semanas y pude constatar que seguía siendo el mismo: alto, erguido y sonriente, conversa con calma observadora, con mucho que contar. Pintor vocacional desde la niñez, después una larga carrera profesional como médico, se jubiló para dedicarse en exclusiva a la pintura, aunque volvió como voluntario en 2020 para echar una mano al estallar la pandemia de COVID-19.
Charlo con él por teléfono unos días antes de que inaugure La otra esquina del mar, una exposición en la que enseña los trabajos realizados desde que decidió dar un giro a su carrera como pintor y explorar ese mar que no siempre se ve a simple vista, un mar enigmático y peligroso, a veces lejano —Holanda, Escocia— pero que también, según hemos descubierto, puede verse también en nuestros familiares paisajes andaluces. Habla de colores a los que no estamos acostumbrados, como el azul prusia, y de un mar que viene y va y que, según dice, nunca vuelve.
La exposición se podrá visitar en la Casa Arturo Cerdá y Rico, en Cabra del Santo Cristo (Jaén), desde el 23 de octubre de 2021.
Pregunta. ¿Desde cuándo pintas? ¿Desde los noventa o así?
Respuesta. No, mucho antes. Pinto desde que tenía diez u once años. Cuando llegué a Granada me deslumbró, como a cualquiera, pero con diez años o así descubrí el Albaicín y me escapaba de la escuela para sentarme a dibujar en San Miguel Bajo o en el Carril de la Lona. Así estuve un mes hasta que me cogieron y me llevaron a casa y mi madre me dio una buena paliza… (risas)
Pero a los once años ya me seleccionaron dibujos en concursos del Centro Artístico de Granada. Mi primera exposición en solitario fue a los diecisiete años, en la asociación de Amas de Casa de Granada, que entonces tenía la sede en la Gran Vía. Y luego he estado veinticinco años exponiendo con otros compañeros médicos.
P. ¿Qué haces ahora desde que te has jubilado? ¿Dedicas más tiempo a la pintura?
R. Sí, claro, ahora pinto muchísimo más, estoy más relajado. Desde 2017 hasta ahora he pintado más de trescientos cuadros relacionados con el mar.
P. ¿Quién te ha influido como pintor?
R. Primero descubrí a Van Gogh y a los impresionistas y me impactaron porque era otra manera de ver la pintura. Pero cuando era pequeño había galerías donde exponían los grandes pintores granadinos de entonces, como Ortuño y González. Yo visitaba esas galerías y aprendía de ellos, me ilustraban.
P. Tu exposición se titula La otra esquina del mar, ¿qué es el mar para ti? ¿y qué es o dónde está esa otra esquina?
R. Desde pequeño veía en TV películas de Moby Dick, películas sobre naufragios y guerra. Yo sabía que eso existía pero no lo había visto nunca, porque estaba acostumbrado al Mediterráneo. En un viaje a Holanda me encontré con el Mar del Norte, había tormentas de agua y de viento, y allí descubrí aquellos colores, marrones, azul prusia, que yo no veía en el Mediterráneo. Luego he visitado Escocia, Irlanda, Inglaterra, y me he encontrado con esos cielos impresionantes tan aparatosos. Hice fotos y apuntes en directo, dibujos a lápiz… y los he trasladado a esta exposición.
Pero déjame que te cuenten algo a modo de anécdota: esta exposición empezó en 2017, un día que fui al contenedor a sacar la basura y vi unos cartones tirados y pensé “esto puedo cortarlo y utilizarlo” y ahí empecé a pintar esas marinas.
P. Los cuadros están acompañados de unas notas que escribías cuando los ibas pintando. En una de ellas dices que “hay mares a los que no se llega nadando”.
R. Para mí es así porque hay mares que no he visto yo físicamente. Son mares que me imagino, que recuerdo o que invento. Y lo relaciono con la tristeza de las pateras: esos mares que ven los ojos de la gente de las pateras son diferentes, no llegan allí de manera lúdica, puede ser que a cien metros encuentren la muerte. Son mares imaginarios para mí. Me imagino a pescadores de alta mar que están varios meses y tienen una tormenta… ¿cómo se come eso?
P. Cuando miro alguno de los mares que pintas hay una clara diferencia con tus cuadros anteriores, un cambio en la luz y en el color, en el lenguaje en general. Ya no pretende ser puramente figurativo.
R. Sí, hay un cambio total. Para mí ha sido también un ejercicio de búsqueda. Me he encontrado con sensaciones distintas y colores diferentes a los que utilizaba antes. Mezclo marrón y azul prusia y doy la pincelada… es una cosa muy intuitiva.
P. Hay un cuadro muy especial, que se titula Hacia el cayuco, y creo que tiene que ver con Habiba Hadjab Boudiaf. Háblame de él.
R. Es una escritora y amiga francoargelina, que vino a Andalucía a trabajar con mujeres víctimas de la trata de blancas. Ha escrito un libro con cinco historias sobre cinco chicas nigerianas que va a salir pronto. Son historias de malos tratos. Y me dijo ¿no te importaría que ponga algunos cuadros tuyos? Le propuse pintar un par de cuadros sobre el libro y uno de ellos es éste, que precisamente es la portada. Procuré hacer algo en lo que se intuye lo que son las historias del libro, pero sin poner caras. Hay otros cuadros de otras chicas negras a las que no se les ve la cara.
P. ¿Cómo surge esa interpretación de la realidad, ese impulso? ¿La llevas ya pensada al iniciar el cuadro o surge cuando estás empezando a pintar?
R. Primero lo pienso mucho. Yo utilizo óleo, acrílico y acuarelas. El acrílico se seca enseguida y se pierde control sobre el color, así que tengo que tener en la cabeza muy claro qué es lo que quiero pintar. Normalmente sé lo que veo, lo que he visto (o fotografías que tengo guardadas) y lo plasmo en el cuadro.
Pero hay otra cosa que te quiero explicar: cada cuadro tiene una historia escrita: unos versos o cinco líneas de escritura que acompañan el cuadro y que hablan de lo que me evoca. Aparte de esos mares también hay puestas de sol que traen ensoñaciones de amores.
P. Además de pintor eres deportista, por lo que sé subes con mucha frecuencia a Sierra Nevada. ¿Qué significa para ti Sierra Nevada?
R. Significa mucho, porque es algo que abruma. Cuando llego allí arriba, por debajo del Veleta o del Mulhacén, no sabes qué decir. Es un sitio de inspiración. O lo veo de lejos o de cerca. A mí me habla.
P. ¿Se parece un poco al mar?
R. No sé qué decirte. Yo creo que son historias distintas. La sierra me da más miedo.
P. ¿Hay alguna conexión entre esos mares que aparecen ahora en tu pintura y aquel José Sorroche niño que vivió en Uleila del Campo?
R. Puede que sí. Yo desde pequeño me acuerdo perfectamente de que en Uleila del Campo me asombraron mucho los atardeceres. Pero yo veía allí tormentas que me fascinaban. Los horizontes siempre me han fascinado. Posiblemente haya algunas vivencias que tengan que ver.
P. Has escrito que “las olas vienen pero nunca se quedan”. Tiene que ver con esa idea heraclítea (y acuática) como esa de que uno no se baña dos veces en el mismo río. ¿No será en el fondo el ritmo del paso del tiempo?
R. Exactamente. Yo me siento muchas veces, me voy a pasear por el mar y observo las olas mucho. La construcción de la ola es un fenómeno que me gusta mucho: me da que pensar. Me recuerda a las personas. A veces pasa como con las personas, que llegan a tu vida y luego se van, por culpa tuya, por culpa de la otra persona o por culpa de nadie.
La otra esquina del mar, de José Sorroche Baldomero, Casa Arturo Cerdá y Rico, Cabra del Santo Cristo (Jaén), desde el 23 de octubre de 2021.
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