“PUEDES NEGOCIAR HASTA CON EL DEMONIO SIN TENER QUE VENDER TU ALMA”
Juan Carlos Vega Cabrera nace en Las Palmas en 1966. Técnico Superior en Administración y Finanzas, Titulado en Marketing y Comunicación y especializado en Habilidades Comunicativas y Terapias Orientales, la pasión de Juan Carlos por la escritura está presente desde muy temprana edad.
Melómano por naturaleza, le encanta tocar la guitarra y es un amante de los cómics, afición que le llevó a disponer de una espectacular colección en su juventud.
A pesar de tener tres libros publicados, Juan Carlos no se define como un literato, sino como alguien que un día cogió un lápiz y empezó a escribir sentimientos.
Juan Carlos Vega es autor de Desde lo más profundo (autoedición, 2014), Cosas que dejé olvidadas en el desván (UNO Editorial, 2016) y La memoria de los sueños quebrados (Letrame Editorial, 2021).
Ciudadano del mundo, actualmente reside con su mujer en la isla de La Palma.
Puedes encontrarlo en Instagram (@j.carlosvega_escritor) y en Facebook (Carlos Vega).
GV: Te confiesas un escritor de sentimientos. De hecho, todas tus obras tienen una gran carga autobiográfica. No es sencillo contar a todo el mundo lo que uno siente. ¿Te encuentras cómodo haciéndolo?
JCV: Escribir es un hobby para mí y también una necesidad. Es algo que he hecho desde siempre. Recuerdo que, de jovencito, cuando trabajaba en un puesto del mercado, utilizaba los papeles en los que se envolvían los alimentos como hojas en las que escribir. En ellas vertía todo aquello que sentía en ese momento y que no me atrevía a expresar con mi voz. Es un desahogo poder expresarte a través de la escritura y yo prefiero hacerlo de un modo poético. Me gusta sentir, más que pensar, a la hora de escribir.
GV: Tu adolescencia y juventud transcurre entre finales de los setenta y mediados de los ochenta. Años convulsos en la historia de España, pero también tremendamente productivos en lo relativo al arte. ¿Qué autores y artistas recuerdas especialmente de esa época y cuáles dejaron en ti una huella mayor?
JCV: Pues muchísimos. En literatura, un libro que me enamoró fue El Principito. El hecho de que lo que parece un sombrero para algunos fuera una serpiente boa devorando a un elefante para otros ya nos dice mucho de la manera en la que interpretamos el mundo. Yo empecé a entender ciertos conceptos de la vida a través de ese libro y siempre vuelvo a él cuando dejo de ver a la boa que ha devorado a un elefante. El regalo ideal para los adolescentes es esa novela con las pequeñas grandes frases de la vida. Otro libro que me impresionó fue El Maravilloso Mago de Hoz. Ya en la primera juventud, libros de el canario Alberto Vázquez Figueroa, El exorcista (con el que hice un comentario de texto para el colegio, ya me vale), La metamorfosis de Kafka y muchos otros desde clásicos —que he de reconocer debo el placer de conocerlos a obligados trabajos en EGB y FP—, como Don Juan Tenorio, La Celestina, Marcelino Pan y vino, Platero y yo, etc., y todo el que me podía autosubvencionar o incautar a mi hermano. En cuanto a la música, como bien dices, soy un melómano. En esa época me fascinaba Supertramp, a quien considero un grupo con letras llenas de filosofía, Pink Floid, Queen, la música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés…, y Sabina, ese maravilloso «macarra» de la poesía de a pie, amigo imaginario en mis momentos de huida. También la profunda música sudamericana: Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa. Víctor Jara y la dulce amargura de Chavela Vargas. Chavela no cantaba, lloraba sentimientos en tu hombro. No es lo mismo oír que escuchar y no es lo mismo escuchar que sentir. Al igual que con los libros, me gusta sentir la música que escucho.
GV: ¿Y Bob Marley? —pregunto con una sonrisa de complicidad. Juan Carlos se ríe antes de contestar porque sabe a qué viene el inciso. Después rememora esa época y explica:
JCV: Me interesé mucho por la música de Bob Marley y por su vida personal, que es muy interesante. Me impresionaron especialmente los mensajes de sus canciones. Él era un mestizo que vivía de primera mano las enormes desigualdades de la sociedad jamaicana relacionadas con la raza, y siempre apostó por la paz y la concordia en sus canciones dejando a todos, de alguna manera, ese legado. Bob Marley fue uno de los grandes poetas y pacifista del siglo XX.
NUNCA HE HECHO LO QUE HE QUERIDO, PERO SIEMPRE HE QUERIDO LO QUE HE HECHO. |
GV: Durante mucho tiempo te dedicaste a la venta. Te he escuchado en numerosas ocasiones quejarte amargamente del halo de hipocresía que envuelve esa actividad. ¿Cómo sobreviviste a eso sin contaminarte?
JCV: No me quejo amargamente —matiza amablemente—, reniego firmemente. Lo que me ha enseñado el mundo de los negocios es la importancia de ser tú mismo. Yo observo, escucho, pienso y saco mis propias conclusiones. Parafraseando al Padrino —cuyas películas suelo ver al menos una vez al año—: «No es nada personal, son solo negocios». En este mundo del mercado, el ego tiene mucha importancia, y no solo se mide por la capacidad de ganar dinero, sino por cómo lo gastas. Si tú tienes claro cuáles son tus principios, nunca harás tuya esa manera de actuar. Lo que trato de decir es que puedes hacer negocios hasta con el demonio sin tener que vender tu alma. Lo importante es elaborar tu propia percepción del mundo, tus propias ideas. Platón era discípulo de Sócrates, pero tenía su propia visión de las cosas, y Aristóteles, discípulo de Platón, creó su propia escuela. Así debemos actuar nosotros: aprender de todos y sacar nuestras propias conclusiones. El mundo está lleno de gente mala y de gente de bien y hemos de saber interactuar con todos sin que nos contamine ese contacto. Nunca he hecho lo que he querido, pero siempre he querido lo que he hecho.
GV: Rebelde, cosmopolita, inquieto e inconformista. ¿Con cuál de estas definiciones te identificas más?
JCV: Soy una mezcla de todo eso. Soy extraño, en el concepto social de no seguir las normas protocolarias del pragmatismo comunitario o las modas, y me gusta ser como soy. No creo en el funcionamiento de la ley actual, pero sí en la justicia. Me rebelo contra un sistema en el que no tenga cabida la empatía y el humanitarismo. Mi padre me inculcó el respeto por mis semejantes. Ese es el principio básico. Por otro lado, me gusta ser consciente de que no sé nada, considerarme un niño pequeño que necesita conocer el porqué de las cosas y ser un eterno alumno en proceso de aprendizaje.
GV: Odias que el tema central de una reunión de hombres sea el fútbol y las mujeres. ¿De qué te gusta hablar? ¿Crees que hemos perdido la capacidad de comunicarnos entre nosotros, de hablar de aquello que verdaderamente importa?
JCV: Es una pregunta muy importante. Lo viví en mi profesión. Siempre me gustaron las conversaciones «humanas». Lo que ocurre es que todos tenemos un muro —Carlos bromea conmigo recordando la canción El muro, de Pink Floid—, una coraza que levantamos para protegernos del resto. Hay quien se pone una careta para quitarse la careta —afirma y espera unos segundos a que yo entienda qué es lo que quiere decir. Cuando está seguro de que lo he hecho, continúa—. Me importa la gente con la que hablo. En el diálogo y en el debate aprendes, y eso es señal de inteligencia. Muchas veces descubres que piensas igual que alguien, pero simplemente lo expresas de manera diferente. Es muy gratificante poder hablar desde el corazón.
GV: Siempre te has caracterizado por la eterna búsqueda de ti mismo. ¿Cómo descubriste las enseñanzas del hinduismo y qué han supuesto en tu crecimiento personal?
JCV: Cuando terminé el servicio militar, me propuse mejorar profesionalmente, y comencé a trabajar en un comercio regentado por un hindú. Veía a mi jefe realizar determinados actos rituales —encender velas e incienso a sus santos y cosas así— que llamaron mi atención, y le pregunté por el significado de lo que hacía. Así comenzó mi conocimiento de sus creencias desde un punto filosófico. Es un mundo apasionante. Llegué incluso a conocer a un Brahmā, supuesto avatar de uno de sus dioses de una de las tantas sectas religiosas que conviven en la India. Hice cursos relacionados con todo ello y, más adelante, en mis viajes a Madrid, conocí un lugar especial en el que descubrí que la verdadera sanación se realiza de dentro hacia fuera y desde la búsqueda de la serenidad.
GV: Tu libro anterior, Cosas que dejé olvidadas en el desván, tiene una portada muy sugerente en la que aparece un baúl cerrado. Te has atrevido a abrir ese baúl en La memoria de los sueños quebrados. ¿Cómo nace la idea de escribir esta novela?
JCV: Cuando escribí Cosas que dejé olvidadas en el desván, mi propósito era publicar los textos que había escrito. Toda la portada del libro contiene elementos e imágenes con mucho significado personal. Los papeles que se ven tirados en el suelo son un claro ejemplo. En otro tiempo, temía que la gente pudiera conocerme a través de mis escritos. Era una manera de exponerme para la que tal vez no estaba preparado. Pero después entendí que todos tenemos un desván con nuestras vivencias, con nuestros miedos, con nuestro baúl. Con el paso de los años, y ya libre de temores, pude escribir cosas que solo yo sabía (yo y aquellas personas que pueden verse reflejadas en algunos personajes). Es una manera de agradecer y de hacer un homenaje silencioso a mucha gente importante en mi vida.
GV: Has definido el libro como una novela de ficción encubridora de la verdad. ¿Qué porcentaje dirías que hay de cada cosa?
JCV: Es una verdad auténtica disfrazada de falsa mentira.
GV: Pero una falsa mentira es una verdad, ¿no? —pregunto, sin llegar a entender el juego de palabras. Juan Carlos me sonríe como lo haría un maestro ante un alumno aventajado.
JCV: Verás, siempre me ha gustado una frase que escuché una vez: «Un espejo distorsionado ofrece un reflejo perfecto solo cuando se enfrenta a una imagen distorsionada». Hay tres cosas que no tardan mucho en salir: el sol, la luna y la verdad. Yo cuento mi historia de manera poética. Cuando cuentas tu propia historia tienes muchas lagunas, es como recordar un sueño. El pasado es un sueño que tienes que pasar al papel. Los que me conocen saben qué parte de la novela es verdad y qué parte es una falsa mentira.
GV: En la novela se relatan experiencias extrasensoriales muy fuertes con un alto contenido emocional y curativo. ¿Forman esas experiencias parte de la realidad de Juan Carlos?
JCV: Sí, absolutamente. Todos tenemos un demonio dentro, y hay mucha gente que es incapaz de mirarse a sus propios ojos frente a un espejo. Casi nunca somos lo que queremos ser. Todos tenemos nuestra lucha interna contra nuestros otros yo: el que la gente quiere que seamos, el que somos en realidad y el que querríamos ser. Por eso la importancia de la empatía de la que te hablaba al principio. Empatía para entender la lucha interna de cada persona.
GV: Marcos, el protagonista, es una persona corriente que encuentra por casualidad (para los que crean en ella) el sendero de sanación. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a uno mismo, ¿no es así?
JCV: Sí. Así es. Hay atreverse a lanzarse sabiendo que hay pirañas. Abrir la puerta sabiendo que hay fuego detrás. También es verdad que hay gente iluminada que tiene el poder de atraerte; gente con la que quieres estar. Y gente tóxica y mala que te hace sentir mal. Hay gente muy triste, muy sola. Si fuéramos capaces de ver todo eso, habría menos depresión y menos suicidios. Habría más comprensión. Parece una utopía, pero me encantaría que fuéramos capaces de cambiar el mundo empezando por nosotros mismos y es mas fácil de lo que nuestro ego pretende entender.
GV: Se mencionan en el libro algunas personas especiales, seres de luz en la Tierra, como tu bisabuela Saturnina. ¿Por qué quisiste incluirla en la novela?
JCV: Conocía la historia de mi bisabuela desde muy niño por oírsela contar a su hijo —que era mi abuelo, mi madre (su nieta), mi abuela (su nuera) y a uno de mis tíos—. Mi abuela la adoraba y yo me limité a contar lo que me habían contado. Uní los relatos de mis abuelos, de mi madre y de mi tío, me documenté sobre ello y escribí esa parte de la novela. Mi madre falleció antes de que el libro se publicara, pero llegó a leer ese capítulo y se emocionó. Ese fue un buen regalo para mí. Mi bisabuela era analfabeta, pero hacía y decía cosas que escapaban al entendimiento de la gente corriente. Un ejemplo es esta afirmación suya: «Cuando llegó la luz, se acabó la brujería». No captas el significado real hasta que te detienes a pensar un poco en ello. El pasaje del libro también cuenta una parte importante de la historia de Canarias. El barranquillo de Juan Inglés y todo el misterio que envolvía la zona. Yo siempre digo que no se trata de creer o no creer, sino de estar abierto a lo desconocido.
NUNCA PUEDES VOLVER AL LUGAR DONDE FUISTE FELIZ. |
GV: Sin hacer spoiler, ¿qué debe sugerirle al lector esta frase incluida en la novela?: «Mango de marfil, filo de acero. ¡Clávalo! ¡Clava sin miedo!».
JCV: El peor demonio al que se puede enfrentar un ser humano. —El semblante de Juan Carlos se endurece antes de continuar—. No es miedo a lo que te pueda pasar, sino a lo que tú eres capaz de hacer en un determinado momento. No puedo decir nada más.
GV: La memoria de los sueños quebrados es la historia de una búsqueda. Tal vez en el lugar más inaccesible y peligroso de todos, que es nuestro propio interior. También es la historia de una terrible pérdida y de una superación. Hay mucho interiorismo en la novela, pero también algo de enseñanza y reflexión. ¿Querías dejar algún mensaje implícito?
JCV: Sí. Hay muchos mensajes implícitos en esta novela. El principal es el significado de la verdadera resiliencia. Afrontar el problema, ser capaz de mirarte a los ojos en el espejo. Expulsar al demonio. Ya no serás el efecto de una causa. Serás libre y controlarás las riendas de tu vida. Todos tenemos una mochila cargada. No puedes juzgar a tus semejantes por el peso de su mochila, porque nadie sabe el peso que soporta el otro. Volvemos otra vez al mensaje de la necesidad de empatía hacia nuestros semejantes.
GV: Sin embargo, tal y como apunta uno de los títulos de los capítulos, no siempre hay perdices para un final. La vida no es fácil ni nos depara siempre momentos agradables.
JCV: Correcto. Este año, con el fallecimiento de mi madre, yo mismo he tenido la prueba de que eso es así. Pero lo que importa no es lo que te pasa, sino cómo gestionas el dolor. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Las cosas pasan porque tienen que pasar, contra eso no podemos luchar. Yo he conseguido muchas cosas y he perdido muchas otras. Lo importante es que seas dueño de tu propia vida. Por otro lado, nunca puedes volver al lugar donde fuiste feliz, porque ese lugar ya no existe y tú no eres la misma persona. No debemos buscar la felicidad, sino la serenidad que nos proporcione ese estado de paz, de felicidad.
GV: ¿Cómo marcha el libro? ¿Estás contento con la respuesta de la gente? ¿Qué te comentan?
JCV: Hay reseñas muy buenas y emotivas. No estoy en Las Palmas, lugar en el que me muevo mejor para promocionar el libro y hacer alguna presentación, que me gustaría hacer, pero la situación del Covid nos lo está poniendo muy difícil. No obstante, la aceptación está siendo muy buena y estoy encantado con las opiniones y el feedback recibido.
LA INCREDULIDAD, CASI SIEMPRE, NOS NIEGA EL CONOCIMIENTO. |
GV: Siempre fuiste reacio a las redes sociales. Sin embargo, últimamente se te ve bastante activo e interaccionas muy bien con otros autores. ¿Qué tal la experiencia?
JCV: Era reacio a ellas —y en parte sigo siéndolo un poco— porque soy una persona cercana a la que le encantan los abrazos, el contacto visual y físico. Las palabras son dagas de doble filo. A mí me gusta mirar a mi interlocutor, ver sus gestos. Eso nos ayuda a comunicarnos. Las redes me parecen muy frías, pero he descubierto en ellas la posibilidad de conocer a muchísimos autores que desconocía y que tienen una valía enorme. También he leído cosas con menos calidad, pero desde el corazón del autor que respeto igualmente porque sé lo que significa cada obra, cada escrito para quien lo escribe y lo siente.
GV: ¿Por qué deberían los lectores darle una oportunidad a La memoria de los sueños quebrados? ¿Qué esconde entre sus páginas?
JCV: He sido siempre un lector, antes que nada. Empecé con los comics y, aunque no lo creas, me ayudaron, moralmente hablando, porque siempre ganaban los buenos. Me gustan los libros espejos y los libros ventanas. Ambos tienen mucho que ofrecer. Yo he intentado que La memoria de los sueños quebrados sirva de espejo y ventana al mismo tiempo. Espero que los lectores aprecien eso. Relato algunas cosas que van más allá de la realidad conocida, pero se puede estar abierto a otras realidades independientemente de la edad que tengas. La incredulidad, casi siempre, nos niega el conocimiento.
GV: Y en el caso de que se hayan convencido con esta respuesta, ¿dónde podrían conseguir el libro?
JCV: El libro está disponible en Amazon en formato papel, y en algunas plataformas digitales como El Corte Inglés, La Casa del Libro o Agapea, en formato digital, descargable con el dispositivo Tagus. Por supuesto, también a través de mí, si contactan conmigo a través de las redes sociales y así tendría el placer de personalizarlo con una pequeña dedicatoria y palabras de agradecimiento.
GV: ¿Y ahora qué? ¿Qué está maquinando tu mente inquieta?
JCV: Tengo algunas ideas a las que les estoy dando vueltas. Me gustaría que lo próximo que escriba tenga también un propósito, que sirva para algo. También tengo la posibilidad de escribir una biografía de una persona que ha vivido experiencias similares a las mías. Veremos qué sale.
GV: Por último: un deseo para lo que queda de año y una sugerencia de lectura para el gran público.
JCV: Como deseo, que se acabe esta pandemia, que nos ha robado abrazos, sonrisas, vidas… Que se acabe el miedo y que la vida siga con sus crisis, con sus penas y también con sus alegrías. En cuanto a la sugerencia de lectura: ¡pon un Principito en tu vida! —propone alegremente con una ancha sonrisa—. También recomendaría La joven de las naranjas, de Jostein Gaarder, autor de El mundo de Sofía, libro que también me encantó. Es una conmovedora historia de amor contada por un padre a su hijo a título póstumo. En cuanto a autores desconocidos, como te dije antes, he descubierto a muchos a través de las redes y algunos me han enviado también su novela para que las reseñara. Uno de los autores que más me han gustado de los que he leído últimamente es Paco Santos, autor de El mérito de ser detective y no fumar. Creo que la gente debería atreverse a escribir en esta nueva era que posibilita «la libertad de los grandes», escritores con mucho talento que no están arriba porque les quitan las escaleras.
Acabamos la entrevista, pero no nuestra conversación que continúa durante unos minutos. Seguramente nadie sabe que Carlos y yo nos conocemos desde el curso de 1º de BUP de 1981, que nos unió en el IES “Pérez Galdós” de Las Palmas de Gran Canaria.
Curiosamente, intimamos discutiendo sobre quién era mejor, si Bob Marley, del que Carlos se confesaba ferviente seguidor, o Peter Tosh, músico del grupo The Wailers del que me gustaba especialmente el álbum Bush Doctor. Con la perspectiva de los años, debo reconocer que el argumento de Carlos tenía mucho más peso que el mío. De ahí nuestra complicidad al preguntarle por el artista jamaicano.
Carlos y yo amábamos tocar la guitarra y cantar canciones de Silvio Rodríguez y otros muchos autores de la época. Él dibujaba muy bien y era un entusiasta declarado del cine. Yo componía canciones y soñaba con ser músico. Eran otros tiempos, pero fueron los tiempos durante los que más cosas compartimos.
Posteriormente, la misma vida que nos había unido nos separó, pero no pudo debilitar nuestra amistad y el cariño inmenso que nos tenemos. Ahora la literatura vuelve a unirnos como antaño lo hizo la música. Lo importante no es el motivo. La cuestión es que algún hilo invisible nos mantiene conectados. Eso es lo auténtico y lo hermoso de la historia. Muchas perdices esta vez.
Fragmento de La memoria de los sueños quebrados, de Juan Carlos Vega Cabrera.
Sueños que te alcanzan más allá de la cordura
Estaba tirado en el suelo. No podía respirar, sentía una agonizante necesidad de un aliento de vida que no llegaba… Hasta que vomité una cantidad increíble de agua que salía como una fuente de mi interior y pude llenar mis pulmones con el ansiado aire. Tenía los labios secos y un sabor salado en mis labios. Me percaté de que mi mano derecha agarraba algo con tal fuerza que me estaba provocando dolor. Era el maldito cuchillo que llevaba el cuervo del hotel en su pico.
Lo arrojé lo más lejos que pude, pero no lo oí caer ni clavarse en ningún sitio, tan solo desapareció en la oscuridad. Estaba desorientado, y mi única compañía era el pánico generado por la falta de aire que pensé que acabaría con mi vida. Fue entonces cuando vi las enormes puertas entre esa bruma oscura que parecía robar la luz de mi interior, pues era justo ahí donde me encontraba. Casi frente a las puertas verdes, miré hacia atrás y pude ver las escaleras que llevaban a mi refugio; aún más allá, observaba los colores de la vida que configuraban mi interior, o al menos aquel que Kundalini me ayudó a formar. Pero esta vez era como si la oscuridad intentara dominar mi ser con esa oscura y pegajosa bruma que se filtraba desde el interior de las puertas y que iba ganando terreno.
—¡Cobarde! ¡Puto cobarde! —Esas palabras retumbaron en un interminable eco desde el interior de las puertas, pronunciadas por voz desconocida, gutural y llena de ira—. Entra, ocupa tu lugar y déjame salir, ¡maldito bastardo!
Me incorporé, dolorido. Mi ropa estaba hecha harapos y olía a salitre de mar.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —Me sentía confundido, aterrado. A pesar de que tenía la garganta seca y dolorida, logré preguntar casi en un susurro.
Una carcajada horripilante pareció tambalear todo el entorno y casi romper mis tímpanos, haciendo que me tapara los oídos en un intento de protegerlos de aquel ensordecedor ruido, pero sin éxito; parecía que traspasaba mi ser hasta llegar al mismísimo cerebro.
—Sabes quien soy, cobarde. Lo sabes muy bien.
De pronto, con un ruido seco, vi que el ya familiar cuchillo se clavaba en la hoja derecha de la puerta. De la rotura empezaron a brotar grandes cantidades de lo que parecía sangre que iba fluyendo hasta alcanzar mis pies descalzos. Traté de huir mientras oía: «Mango de marfil, hoja de acero, clávalo, clava sin miedo… ¡Cobarde!».
Intenté correr hacia las escaleras y refugiarme en mi espacio de paz, para unir fuerzas con Shima y protegerme de aquel okupa cabronazo que martirizaba mi alma. Pero al llegar a la altura de la misma, cientos de cuervos empezaron a salir y a atacar mi cuerpo, haciéndome caer en postura fetal. Intenté protegerme sin éxito.
—¡Marcos!, ¡Marcos! —Oía tras el ruido ensordecedor de graznidos y aleteos—. ¡Marcos!
Este último llamamiento me hizo volver a mi cama, junto a Noelia, que me miraba atemorizada con la luz encendida. Estaba sudando como nunca y sentía dolor en cada milímetro de mi cuerpo. Me abracé a Noelia como un niño pequeño, temblando por un sollozo contenido.
Le expliqué la pesadilla sin entrar en escabrosos detalles y, tras su nueva alusión a la repulsa contra mis terapias y búsquedas de cosas que no quería ni necesitaba entender, la besé con un «Solo es una pesadilla» y, mientras Noelia preparaba un té para los dos, fui a ducharme concienzudamente. Pero el olor a salitre no se desvanecía.
La mañana nos encontró compartiendo risas, enojos y reflexiones entre rooibos y café. Preparamos un pequeño desayuno, haciendo de la tertulia y el amor alegorías eficaces para superar las noches oscuras que atacan a la cordura desde más allá de los sueños.
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