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Los inventos

El único invento que ha saciado mi espíritu inventor
es la empanada de atún.
THOMAS ALVA EDISON, inventor y empresario estadounidense.

Es un lugar común decir que ya todo está inventado. Sin embargo, la historia nos demuestra que la curiosidad humana y el afán por descubrir e investigar no parece tener límites. La tecnología avanza a una velocidad endiablada que me hace sentir cada vez más ignorante e inútil ante determinados artilugios o modos de comunicarnos para los que no logro estar totalmente preparado; tal vez por falta de conciencia, tal vez por rebeldía de este hombre que envejece con nostalgia de otro tiempo.
Vemos el avance vertiginoso de la tecnología reflejada en los niños. No deja de ser curiosa la imagen de una abuela sorprendida observando a su nieta de cuatro años entretenida con algún juego en el móvil de mamá, deslizando con su pequeño dedo índice las imágenes de la pantalla con una intuición natural que sería impensable en una niña de su edad hace diez o quince años. Hace poco, nos sorprendió la noticia de que el grupo ABBA volvía a los escenarios representado por sus hologramas. En fin, el mundo avanza y los inventos y descubrimientos también.
Muchos de esos inventos convirtieron aquello que se creía imposible en posible. Pensemos en la rueda, una maravilla de la ingeniería de la que se tiene noticia desde el 3.500 a.C. Aun hoy no entendemos el mundo sin ella, aunque eso puede cambiar si todos los medios de transporte terminan propulsados en el aire, tal y como profetizaba la saga de Regreso al futuro que hemos mencionado en algún artículo anterior.
Los inventos que han conseguido cambiar el curso de la historia están en la mente de todos, al menos los más nombrados: la bombilla, la máquina de vapor, la imprenta, los antibióticos, la aeronáutica…Gran parte de ellos han conseguido mejorar nuestras condiciones de vida, hacerlas más amables, más llevaderas. Otros, como el teléfono, nos han mantenido en contacto con nuestros familiares y amigos a través de la distancia, y alguno como la radio ha evitado que nos sintiéramos desesperadamente solos en ocasiones, nos ha hecho vivir de cerca acontecimientos históricamente importantes como las guerras y alguna que otra experiencia aterradoramente traumática, sirva de ejemplo la que ocasionó Orson Welles con La guerra de los mundos, adaptación en formato de serial radiofónico de La batalla de los mundos, una novela escrita por Herbert George Welles y publicada en 1898 que relata una invasión marciana a la Tierra y cuya adaptación radiofónica fue emitida como si se tratara de un noticiario urgente, lo que creó una alarma social sin precedente.
Un capítulo aparte merece inventos macabros. El ser humano es capaz de hacer grandes cosas, pero su capacidad de destrucción es tan grande que cualquier invento ideado para hacer más fácil nuestra vida puede ser utilizado para todo lo contrario. Entre los inventos macabros ideados especialmente para destruir está la horca, ya citada en la Biblia, que hizo más fácil y práctico el estrangulamiento mediante las manos. También la guillotina, un invento terrible de un médico francés, José Ignacio Guillotin, cuya intención era evitar el sufrimiento del reo; la silla eléctrica, cuya existencia debemos «agradecer» a Harold P. Brown, curiosamente uno de los empleados del laboratorio de Menlo Park, de Thomas A. Edison, que lo contrató con el propósito de crear la silla para desacreditar la corriente alterna. Paradójicamente, era considerado un sistema de ejecución mucho más humano que la horca. Por último, mencionar la cámara de gas, utilizada por primera vez en Estados Unidos en la década de los 20 y también considerada una manera más humana de matar. Mejor no hablar de la bomba atómica y otros inventos similares.
Muchos inventos ayudaron a que las labores del hogar fueran bastante menos agotadoras con la incorporación de numerosos electrodomésticos que hicieron desaparecer duros trabajos como el de las lavanderas. Pero hay otros inventos menos nombrados y que, sin embargo, tuvieron una importante repercusión. Tal es el caso del arado, que puede considerarse coetáneo de la rueda y que tuvo una importancia crucial en la evolución de la agricultura. Qué decir de la pólvora, un invento chino del siglo IX d.C., ideado, curiosamente, cuando los taoístas intentaban encontrar una pócima para la inmortalidad; de hecho, la palabra utilizada para nombrar la pólvora en China significa literalmente «medicina de fuego».
Pero, sin lugar a duda, uno de los inventos estrella de la historia de la humanidad ha sido Internet, que nació en Estados Unidos a final de la década de los sesenta como una red militar para obtener información desde cualquier parte del país en caso de un ataque soviético. Fue en 1983, con la creación del protocolo TIP/IP obra de Vinton Gray Cerf y Robert Elliot Kahn —ambos considerados los padres de Internet— cuando pudieron integrarse más ordenadores en la red. Después, en la década de los noventa, llegó Tim Beners-Lee, científico británico creador del vínculo conceptual que dio origen a la World Wide Web que todos conocemos y de ahí a las firmas «puntocom».
Después de una importante crisis a principios del año 2000, la segunda generación de la web o Web 2.0 —término acuñado por primera vez por Tim O´Reilly que describe una red basada en comunidades de usuarios— hizo renacer Internet hasta llegar a convertirse en lo que hoy es.
Actualmente es imposible imaginar la vida sin Internet. Mientras escribo este artículo y compruebo datos y nombres en la web, me convierto en un claro ejemplo de su importancia. ¿Te imaginas volver a enviar cartas a través de correos y esperar la contestación para tomar decisiones? Solo los nacidos antes de los noventa pueden recordar cómo se realizaban acciones que hoy se gestionan a través del móvil o del ordenador, como las reservas de viajes y hoteles, las transferencias bancarias o los envíos de correos electrónicos.
Paralelamente a todo este fantástico y desconocido mundo virtual se desarrollaron los ordenadores, que pasaron de ser equipos que necesitaban una habitación para ser ubicados a los modernos portátiles como el que uso para escribir esta columna, y teléfonos inteligentes sin cuya compañía ya no somos capaces de vivir.
Decía al comienzo del artículo que, en ocasiones, me siento inútil o poco hábil, en el mejor de los casos, ante determinados modos de comunicarse y de interactuar con la tecnología. Tal vez sea porque no estoy totalmente concienciado de la importancia que estas nuevas maneras de trabajar y de relacionarse tienen en nuestra sociedad actual. Quizás por rebeldía, por nostalgia de cómo se hacían determinadas cosas hace ya demasiadas décadas. El ejemplo de la carta es muy gráfico y no hace falta explicarle a un escritor lo que significa. Nos adaptamos, claro que sí. Sucumbimos. Yo no me veo escribiendo una novela a mano, por más que mi querido colega y amigo Paco Santos intente convencerme de las bondades de hacerlo, pero reconozco que la imagen de Miguel de Cervantes mojando la pluma en el tintero para crear El Quijote es profundamente evocadora.
Siempre me gustó escuchar música. Comprar los vinilos de mis grupos y cantantes favoritos y disfrutar del ritual de limpiar el disco y colocarlo en el platillo del tocadiscos; la mano alzada con parsimonia antes de posar la aguja sobre la superficie negra; el sonido ronco del disco al girar y los primeros acordes que llenaban la estancia. Por supuesto, el tocadiscos que yo utilizaba era el modelo actualizado de un invento de Thomas Edison: el fonógrafo, cuya versión mejorada, el gramófono o gramola, fue patentada por Emile Berliner en 1887. Y después vinieron las cintas de casete y los compacts discs. Lo demás es historia. Ahora todo está en YouTube y en Spotify. Ahora todo es digital. La era de las nubes, de lo no tangible.
Me pregunto si nuestra sociedad se encamina a lo digital también en el sentido exclusivamente humano. A veces me pregunto quién inventó la luz del sol, el sonido del mar, el olor de las flores, el mágico brillo de las estrellas. Me pregunto qué inventor tuvo la capacidad de crear tanta diversidad animal, tanta flora. ¿Quién inventó el atardecer? ¿Quién inventó el amor?

Germán Vega Contributor
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One Comment

  1. Gabriel Borsella Gabriel Borsella 7 octubre, 2021

    A este extraordinario invento llamado Internet le das un excelente uso. Muy buen artículo, Germán.

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