Dado que este es mi primer artículo —mi primera colaboración con Lenguas de Fuego— y siendo yo un alma desconocida para las personas que hay al otro lado de la pantalla, es posible que alguien se pregunte el porqué del título de la columna, ya que todo tiene una razón de ser. Bien, aquí va un intento de explicación.
Cuando pienso, lo hago únicamente para mis adentros; nadie me oye. Puedo expresar desde mi escondrijo mental cuán reconfortante es el café que estoy saboreando, el poco gusto que demuestra una amiga con su vestimenta e incluso insultar al molesto vecino con absoluta impunidad; como mucho, puede que las palabras malsonantes retumben en mi cabeza.
Sin embargo, cuando escribo, lo hago para mis lectores; quedo emocionalmente desnuda, expuesta tanto al encomio como a la crítica (ya sea constructiva o destructiva, según la fuente, porque hay quien crece viéndote crecer y quien se ofende con la mera idea). He aquí el origen del nombre: cada escritor va dejando pequeñas pinceladas de sí mismo en sus personajes o en sus artículos, es decir, al igual que mis compañeros, escribo lo que pienso.
Y esto… ¿es bueno o malo? Desde mi punto de vista, es decididamente sanador puesto que leer aquello que hemos escrito resulta tanto o más eficaz que verse reflejado en un espejo. El cristal nos indica si ha quedado una arruga en la blusa o si nos hemos excedido con el maquillaje. Un concepto simple que no trasciende el plano físico. Por su parte, y pese a que intentemos oponernos a ello, el escrito propio muestra diversos puntos de nuestra intrincada personalidad, si bien dicha observación —obvia para el autor— requiera de cierta sagacidad en el ojo ajeno; en otras palabras, el escrito propio es un elaborado y eficiente análisis psicológico de la persona que hay detrás de las letras. Así pues, en Orgullo y Prejuicio observamos la sosegada clase media alta del dieciocho y la disconformidad de Austen con los numerosos impedimentos con los que las mujeres debían convivir; en el Rey Lear, Otelo, Hamlet… somos testigos del nivel de vileza que puede alcanzar una persona en la mente de Shakespeare; en La campana de cristal respiramos la angustia de la misma depresión mayor que sufría Sylvia Plath y que la llevó a su catastrófico final.
Y bien, ¿qué podéis hallar detrás de mis letras? Una mujer que en su día fue extremadamente tímida e insegura —al igual que la enternecedora Haidi de la que es su primera novela— pero que está aprendiendo a aceptar su valía y a mirar de frente sus puntos débiles, creciendo como ser humano al permitir que su luz interior, desconocida para ella misma hasta hace poco, brille con intensidad. Una mujer que, al igual que Rousseau, cree en la bondad natural de las personas, que gusta de explorar la psicología humana y, por último, una enamorada de la naturaleza en todas sus formas y colores, una pasión que se puede comparar con el sentimiento romántico de William Wordsworth.
El agua se ondeaba, pero ellas
mostraban una más viva alegría.
¿Cómo, si no feliz, será un poeta
en tan clara y gozosa compañía?
Extracto de Iba solitario como una nube de W. Wordsworth
Bienvenida, Ángela. Muy buena carta de presentación. Te deseo la mejor de las suertes.