Al descender, de la bóveda, el velo, añoro ser panadero, druida de las noches mágicas, al son de los acordes de mi barroca canción, presto en mi obrador, elaborando ese manjar que es mi pan candeal. Siendo panadero, toda mi sabiduría opera; mi Ser, orientado, obra maravillas. Sabe fluir. Sabe ser. La harina es la misma –ya, por tanto, nos conocemos–, y el agua, la sal, el emulgente y la levadura: todo, tal cual, me espera. El horno casi está a punto. La noche incipiente... ¡otra como tantas singulares noches vencidas! Primeros de noviembre, siete grados centígrados en el exterior, dieciocho en el obrador. ¡Buenas condiciones! Contemplo la producción y, siempre según mis intereses, alzo el plan de fabricación. Ya está abastecida la amasadora, ya en marcha aventurándose con el decisivo frasado, sus constricciones y reposos y mi seguimiento. ¿Alguna corrección oportuna? («Si quieres sacar mejor pan que tu vecina, amasa con agua y no con harina.») Incorporo la delineada cantidad de levadura. ¡Oh, amado hongo! ¡Mi consorte en esta íntima función, en este sortilegio, este milagro! Juntos, en estrecha comunión somos y cooperamos. ¡Ya está lista la masa! ¡Dura, agreste, bronca y feroz, fresca y compactada! Toca refinar, cruzar iteradamente la cálida puerta de los cilindros, asumir sus fricciones, a fin de organizar la malla proteínica y suavizar la textura. Una cuestión de cuatro minutos por pastón. La masa (ya se percibe), viene bien; tras la división o pesado, habla el heñido, su mínimo reposo y el formado de las piezas. Llega la misteriosa vez de la fermentación, de San Honorato jurisdicción, los panes arropados mutan, perfeccionándose. Ya casi está –me digo, mientras resuelvo el segundo amasado–. Sesgo las piezas. En diez minutos... ¡al horno de cabeza! ¡Oh, recinto infernal, crisol mismo de toda la solidez de la empresa, tienes la última palabra! El vapor te inunda, la pala con los panes entra, los deposita y... ¡a por más! Ya está perfectamente distribuida la hornada, ya los panes experimentan sus desarrollos, cuestión de tres cuartos de hora y concluye la cocción de nuestra hornada. ¡Oh, qué belleza, y qué delicia de aroma! ¡Qué calientes están! ¡Falta que se enfríen y se terminen de hacer! Nuevamente, mi misión se ha cumplido, con un resultado óptimo, vean; el pan es pura narrativa, y todo lo acusa y canta. ¡Oh, noche, noche única entre tantas, noche que me faltas, noche que me salvas, a flor de piel, mi alma, alineada y gozosa, flota en paz!
Nostálgico nocturno
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