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¡Bienvenido, dos mil veintidós!

El tan fatídico año dos mil veinte, si lo recuerdan, tuve a bien cerrarlo en nuestra revista con una carta al mismo que titulé «¡Valiente dos mil veinte!», y éste, como es lo dable en este tan inmediato inicio del Nuevo Año, me corresponde comenzarlo con una animosa carta de bienvenida al mismo.

(¡A ver si va, y se enrolla!)

Partiendo de la heredada pesadilla de la global pandemia, tan vigente y feroz, la tan torpedeada como minada salud ocupa un primordial lugar en la lista de deseos y parabienes; cosa que, dados los tiempos que corren, es muy de comprenderse. Salud y fortaleza, para continuar de buen grado con nuestras particulares vidas y seguir haciendo nuestros días, para alcanzar nuevos títulos y buenas tintas –que es lo que desde esta columna, me compete culturalmente defender y proponer–, para degustar literatura, compartirla y, asimismo, si procede, darla a luz; para conocer valiosos y codiciados ejemplares y nombres del inabarcable Firmamento Literario.

Todo eso deseo.

Felicidad, también; primero, porque (como escuché en la despedida de cierto programa de radio) cualquier otra alternativa a considerar es peor; segundo, porque –todos lo sabemos– merece, y mucho, la pena; tercero, porque ya estamos bastante cansados de penar y cuarto porque está en nosotros su anhelo, su cultivo y su realización.

Hace tiempo que supe que la alegría cabía gestarse y crearse, no solo recibirse. Esperemos que el nuevo año nos dé sus buenas ocasiones.

¡Prosperidad! ¡Cómo no! ¡Y tanto en lo referente al buen curso de nuestros afanes y proyectos literarios de lectura y escritura, como a sus enriquecimientos! ¡Que nos cundan! ¡Que sepamos aprovechar a fondo sus oportunidades! ¡Que no nos cansemos de aprender ni de ejercer, y que nos sea concedido rendir nuestros frutos!

¿Qué nos depararás, dos mil veintidós, año que comienzas?

¡Que Dios reparta suerte!

La Rueda de La Fortuna parece hacer perdido por todas la chaveta, y las enigmáticas y convulsas aguas están tan revueltas y agitadas que han inundado incluso las barcas de los más experimentados pescadores, de manera que cualquier cosa imaginable, cualquiera, es posible (incluido, y no es por asustar a nadie, cuanto jocosamente propuse en «Jovencito Virustein», relato publicado en esta revista hace ya casi un año), y hasta parece que saber improvisar importa.

¡Oh, dos mil veintidós, como quiera que seas (hay que decir, con lo raro que se nos han vuelto los tiempos), bienvenido!

¡Brindo por ti!

¡Tienes tu oportunidad!

(Yo, que albergo defendibles sueños y me hallo en buen momento para ecualizar las sabias voces de Las Musas, me agarro a mis pequeñas cosas y me remango, porque es el mejor modo de andarse.)

¡A ver, dos mil veintidós, cómo y cuánto te portas!

(He resuelto pedirle a los Reyes Magos la escritura de cierta novela; es decir, tinta para mi tintero.)

¡Que Las Musas nos asistan!

¡Loor, dos mil veintidós!

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