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· Marzo 2008

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n�mero 18

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Borges nipón
por Paul Bitternut


Li Bai, entre la persona y el personaje
por Gotardo J. González

Polen de ideas
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Zahara Eléctrica: “She is a big teaser”
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Li He, poemas inéditos
por Alicia Relinque Eleta

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La otra literatura en China, el teatro Yuan
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Aproximación al cine en China
por Florie Krasniqi

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Conociendo a Daniella, o Relatos Cariocas
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El valle de la muerte
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Juan Bustos Rodríguez
por Paul Bitternut


El Patio de los Arrayanes
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Balzac y la joven costurera china, de Dai Sija
por Florie Krasniqi

 



· Lenguas Afiladas

Nace un nuevo estado en la vieja Europa
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Vuelo 714:
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El bistur� el�ctrico:
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El M�ster:
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La bolsa o la vida

Esteban Tomás Montoro del Arco
Nº 17 de Febrero de 2008


 

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Cada cultura configura su vida alrededor de unos cuantos principios. El mundo actual, nos guste o no, se halla organizado en torno al dinero, de forma uniforme en esencia aunque con diferentes grados y matices según la latitud. El dinero es, además, uno de los aspectos más íntimamente relacionados con la evolución de una sociedad, uno de sus motores de cambio; y sabemos también que todo cambio social es fuente de innovaciones en la lengua, y asimismo que uno de los campos de la lengua que más prontamente responde a estos hechos es el de la fraseología, entendida ésta —sin mayores precisiones conceptuales— como conjunto de expresiones, casi siempre de origen popular que constan de varias palabras y tienen algún tipo de peculiaridad en su significado o en su forma (o en ambas), por ejemplo dormir la mona, cortar el bacalao o a la chita callando.

En relación con la presencia del dinero en la fraseología, hallamos dos movimientos opuestos: a) expresiones en las que aspectos de actividades humanas diversas sirven para representar conceptos, actividades o procesos relacionados con el dinero; y b) casos en los que las actividades o conceptos relacionados con lo pecuniario son el punto de partida para expresar nociones propias de otros ámbitos. Como las dos alternativas con las que el ladrón solía asaltar a sus víctimas, son dos las metas finales de estos procesos: reflejar la bolsa o la vida.

De la vida a la bolsa

A veces utilizamos actos físicos para representar operaciones más complicadas o abstractas, especialmente actos que tienen al ser humano como agente. Así, el dinero es mejor tenerlo a puñados, esto es, todo el que pueda abarcar una persona con sus limitaciones físicas (con sus propias manos), pero también con accesorios que simbolizan una alta capacidad: de hecho, las diferentes fases de que se compone un mismo proceso pueden terminar representando metonímicamente el fenómeno al completo: ‘rellenar un recipiente con un utensilio’ puede focalizarse en el recipiente (ganar dinero a puntapala) o bien en el utensilio (ganar dinero a espuertas); aunque ambas significan lo mismo, en el primer caso tenemos la acción y en el segundo el resultado de la acción.
La metonimia es una figura que adopta diferentes formas y variantes pero que consiste generalmente en designar algo con el nombre de otra cosa de la que forma parte o con la que tiene alguna relación. Así, por ejemplo, peinar canas simboliza la vejez: esto es, la parte (‘las canas’) por el todo (‘la vejez’). El cuerpo humano, y también sus ornamentos o vestiduras, cobran un protagonismo especial a la hora de representar determinadas nociones abstractas relacionadas con el dinero, ya sea un pago, un préstamo, etc. Apretarse el cinturón es un ejemplo muy gráfico: significa ‘ahorrar’, en tanto que la delgadez tiene una posible causa en no comer o comer poco, lo cual viene dado, a su vez, por el hecho de no gastar dinero en la compra de alimentos. Aparte, guardamos dinero para tener un colchón el día de mañana que nos saque de algún posible apuro o, lo que es lo mismo, que nos dé comodidad, nos tranquilice y nos reporte el sosiego que nuestro cuerpo obtiene al tumbarse. Por otro lado, nos rascamos el bolsillo o aflojamos la polaina (ya desusado) cuando ‘pagamos de mala gana’, tomando de nuevo inicialmente actos físicos concretos para simbolizar un proceso más abstracto. Siguiendo con los atuendos, cuando alguien le tira a uno constantemente de la manga es porque le está pidiendo un favor económico, según era costumbre de los que pedían limosna en otro tiempo y hoy de los pedigüeños domésticos, esto es, los hijos. Todo lo contrario hacen los que gastan con esplendidez, actitud que, cuando es puntual, se conoce más popularmente como tirar la casa por la ventana. Si acudimos al origen de esta última expresión, también reconocemos el mismo mecanismo: a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se extendió en nuestro país la costumbre de que las personas que resultaban premiadas en la lotería, instaurada en 1763 por orden del rey Carlos III, tiraran por las ventanas los muebles y enseres viejos para dar a entender que comenzaba desde ese momento una nueva vida de lujo y riqueza.

La clase media española utiliza el dinero que recibe muchas veces para tapar agujeros, en clara referencia a las deudas. No obstante, muchas personas sólo piensan en llenarse las alforjas o chupar del bote —acusación con que la prensa acusa frecuentemente a representantes de la política— y terminan estando forrados: en este caso la protección que dispensa un abrigo o una cubierta es similar a la seguridad que proporciona tener las espaldas cubiertas. Lo contrario es quedarse a dos velas, expresión sobre cuyo origen se barajan varias hipótesis, como señala Buitrago : «antiguamente, los juegos ilegales de cartas solían celebrarse al amparo de la oscuridad; el jugador que hacía de banca, es decir, quien controlaba el dinero, solía tener junto a él dos velas para poder contarlo. Si algún jugado conseguía dejar a la banca sin dinero, se decía que la dejaba a dos velas. Otra explicación hace proceder la locución del hecho de que en las iglesias, tras la misa, quedaran sólo dos velas encendidas delante del sagrario, que alumbraban sólo un pequeño espacio».

Y lo peor que puede ocurrirle al pudiente es que le soliciten una parte de su dinero o, peor aún, que se lo arrebaten. Por eso la sabiduría popular ha consagrado un esquema conceptual que potencia la imagen agresiva y dañina del acto petitorio a través de imágenes que hablan por sí solas: chuparle (a alguien) la sangre, desplumarle, darle un sablazo, crujirle, clavarle (como a Cristo): funciona en estos casos el esquema conceptual una petición es una agresión. La consecuencia es quedarse o estar tieso: si bien este adjetivo se utiliza como sinónimo de ‘muerto’, también identifica al que se ha quedado pobre, quizá por «la actitud de aquellos fingidos nobles o hidalgos que durante los siglos XVI y XVII, en plena obsesión por la “honra”, con tal de aparentar buena vida y riqueza, salían a la calle tiesos como velas, dejándose ver, vestidos con ropas hábilmente zurcidas y habiéndose colocado estratégicamente algunas migas de pan en la barba para hacer creer que habían comido» (Buitrago 2003: 336). Y es que, como apunta la sabiduría popular, el dinero no entiende de sentimientos: Bien te quiero, bien te quiero; mas no te doy mi dinero. En algunas tabernas se le recuerda esto al bebedor, que puede caer en la tentación de olvidarlo: Hoy no se fía aquí; mañana, sí.

De la bolsa a la vida

A veces el dinero constituye solo el origen de una expresión que se utiliza para otros ámbitos de la vida. La bolsa que utilizamos como símbolo del dinero aparece camuflada en expresiones como la de haber gato encerrado en un asunto, que utilizamos cuando sospechamos que como explicación de un hecho existe una razón oculta o secreta que no se nos quiere desvelar. Allá por los siglos XVI y XVII era costumbre guardar el dinero en gatos (bolsas hechas con piel de gato) que se escondían cuidadosamente. Las pieles fueron en otros tiempos utilizadas en las transacciones comerciales, cuando su valor era real y no meramente simbólico: la tradición nos aconseja no vender la piel del oso antes de haberlo cazado, es decir, no dar por hecho algo que aún no se ha finalizado o concretado. El dicho, según Buitrago, procede de una fábula atribuida a Esopo (s. IV a. C.), «Los dos amigos y el oso», reelaborada en el siglo XVII por el francés La Fontaine (1621-1695): «dos amigos se internan en un bosque decididos a cazar un oso, por cuya piel obtendrán buen dinero. Cuando el animal aparece, en vez de hacerle frente, uno trepa a un árbol y el otro se hace el muerto. El oso llega y olisquea el supuesto cadáver. Después de un rato, se marcha. Cuando baja el otro del árbol, el “muerto” le dice: Sabes qué me ha dicho el oso al oído? Que no vendamos su piel antes de cazarlo».
Aunque ya a aquellas alturas el instrumento aceptado como unidad de cuenta, medida de valor y unidad de pago era, después de muchos avatares, la moneda. Este utensilio es tan elemental para una sociedad que se ha convertido en fuente continua de metáforas: tener algo su cara y su cruz es ofrecer dos vertientes contrarias o comportarse una persona de dos formas opuestas, lo cual tiene que ver con la forma tradicional (e incluso obsoleta ya con el euro) de acuñar las monedas: por un lado, la cara del rey o del gobernante; por otra, un símbolo que solía ser una cruz. Por otra parte, cualquier cosa reciente, original o moderna se dice que es de nuevo/ reciente cuño: el cuño es el troquel o sello con el que se imprimen o graban las monedas; por contra, cuando algo es normal, frecuente o habitual, decimos que es moneda corriente/común. Y a nadie le gusta ser moneda de cambio, esto es, ser utilizado para conseguir algún fin, sufrir una enajenación de su condición humana y verse reducido a la de objeto en un negocio. Lo que sí apetece a veces es retirarse de la circulación, como las monedas, persiguiendo que no se nos moleste.

El concepto de ‘cuenta’ envuelve generalmente dos tipos de actividades difíciles de distinguir: si bien la aritmética se utiliza en muchos ámbitos de la vida, nace claramente unida a la contabilidad comercial; existe un refrán que lo aclara: Con quien negocios inventa, ten cuenta, pero no cuentas. El término “cuenta” es verdaderamente productivo en la creación de este tipo de unidades; así, en la mayoría de las ocasiones se utiliza metonímicamente (una vez más, la parte por el todo): así no querer cuentas (con alguien) es no tener intención de mantener relación alguna (no sólo tratos) con la persona en cuestión; si lo que queremos es ajustarle las cuentas no tenemos por qué hablarle del dinero que nos debe, sino que reflejamos una amenaza o anticipamos una agresión, verbal o física, que se justifica por un motivo que no es necesariamente económico. En una línea más positiva, caer en la cuenta (de algo) es originalmente entender una operación matemática, pero se ha extendido a cualquier hallazgo mental; por último, también nos proponemos (o le proponemos a un amigo con el que nos hemos enemistado) hacer borrón y cuenta nueva: de la misma manera que uno tacha o borra lo escrito sobre el papel para rectificar una operación matemática en una transacción comercial, cualquier error que se comete en la vida o las disputas que mantenemos con otras personas pueden tratar de olvidarse con el propósito de empezar de nuevo o, lo que es lo mismo, de no tenerlas en cuenta.

De modo que, como podemos observar, la cuenta simboliza frecuentemente la relación humana interpersonal: una relación es un negocio. Por eso cuando no le ven a uno desde hace mucho tiempo en un lugar, antes frecuentado, le acusan de venderse caro. Y es que nuestras acciones o actitudes hacia los demás nos pueden pasar factura o nos pueden costar caras; incluso, podemos pagar un alto precio por llegar a conseguir algo, es decir, sufrimos unas consecuencias negativas que quizá no nos compensan. E incluso si no tenemos la responsabilidad nos la pueden imputar y pagamos los platos rotos o el pato. Por ejemplo, si solo perseguimos el éxito en nuestra trayectoria profesional podemos poner en peligro la salud, la familia, los amigos, etc.: ése es el precio que hay que pagar. Y cuando te hacen una faena o te roban la cartera (es decir, te engañan de forma sutil), en muchos aparece el impulso de hacer válida la ley del Talión y se sienten persuadidos de pagarles a los responsables con la misma moneda.

Dado que la cuenta es el resultado de una actividad intensa del cerebro, también representa cualquier operación racional, como la de la argumentación. Por eso, al final de una exposición utilizamos expresiones que dan pie al resumen de todo el razonamiento o la exposición y apuntan a lo que ha de entenderse como su conclusión: en resumidas cuentas, a fin de cuentas. De la misma manera, después de un tiempo desvinculados de la familia, de los amigos, de nuestra actividad habitual o del lugar en el que vivimos o trabajamos, normalmente intentamos ponernos al día, con el propósito de estar al corriente de lo que ha ocurrido durante nuestra ausencia (actualizarnos): no reparamos en que ambas expresiones provienen de la contabilidad, donde es preciso revisar diariamente las cuentas de una empresa, esto es, “ponerlas al día corriente”.

En suma, la economía es la verdadera regidora de la sociedad moderna, lo cual se refleja en su epidermis, en la lengua. Lejos quedan los valores feudales del honor y la honra, pues parece que hoy día Costumbres y dineros hacen a los hijos caballeros y, llegando más lejos aún, para muchos, lamentablemente, Entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero.


Buitrago, Alberto (2003): Diccionario de dichos y frases hechas. Madrid: Espasa Calpe.

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Revista de Cultura Lenguas de Fuego - ISSN 1886-3027
Última actualización: 1 de abril de 2008