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Bohemian Rhapsody (A Night at the Opera, 1975) es, según numerosas encuestas y críticas, la mejor canción del siglo XX; según mi opinión lo es sin duda, además de una de las piezas más importantes de la historia de la música. En cierta forma, Bohemian Rhapsody resume la obra de Queen tocando tres géneros: la balada, la ópera y el rock. El tema del texto, a día de hoy, sigue siendo rodeado de cierto misterio. Nunca se dieron muchas explicaciones sobre lo que cuenta, al contrario, siempre se dejó al oyente encontrar una lectura personal –se llegó a decir que Mercury hablaba del SIDA, cuando la canción fue escrita años antes de que la enfermedad se descubriera-. La letra está cargada de referencias a otras obras (personajes literarios y místicos, invocaciones religiosas, diferentes manifestaciones del folklore). A esta dificultad, se une la de la grabación, realizada durante tres semanas (el tiempo que se empleaba en la época en la grabación de un disco completo), con un ocho pistas, lo que requirió un continuo proceso de grabación y mezcla para agrupar las más de cincuenta pistas (hasta doscientas, según algunas fuentes) que configuran la parte vocal de la canción. Todo esto se transformó en una obra de arte que ha pasado a la historia de la música entre las mejores piezas compuestas, no sin suponer un reto para la audiencia profana que se enfrenta a Bohemian Rhapsody desvinculándose de sus referencias culturales y acercándose a través de ella a la obra de Queen. Pese a las dificultades para su comprensión y éxito –es difícil que una pieza de casi seis minutos se convierta en un hit radiofónico, por lo que todo productor recomienda siempre la reducción del tiempo de los temas-, la canción supuso todo un éxito: Mercury llevó la grabación al DJ londinense Kenny Everet para su escucha personal, pero éste la radió hasta catorce veces el primer día, despertando la curiosidad en la audiencia radiofónica. Bohemian Rhapsody empieza con una introducción vocal a la que se une un piano. La letra nos da la clave de la canción: «¿Es esto la vida real o sólo fantasía?». En esta parte se juega con las voces en diferentes tonos para crear esa atmósfera de irrealidad que se trata en el texto, aunque lejos de ser una melodía completamente compuesta con notas largas intercala frases más cortas: «Because I’m easy come, easy go, little high, little low», monosílabos con cierto paralelismo (en inglés) y doble significado: «Easy come, easy go», podemos leerlo como «así como vengo me voy» o, buscando connotaciones sexuales «tan pronto me corro, me marcho de aquí»; mientras que «little high, little low», que podríamos identificar con el refrán español «todo lo que sube termina por bajar», se puede leer también como «un poco colocado y un poco deprimido», que encaja perfectamente con la desembocadura de este planteamiento de la irrealidad: «Sea cual sea el lugar hacia donde sople el viento, ya no me importa». Y este último verso de la estrofa y de la introducción es de los más cargados en lo que a juego de voces se refiere, salvo las dos últimas palabras, en las que escuchamos a un único Freddie Mercury, a la vez que entra la línea de bajos, perdiendo ese cariz de irrealidad para catapultarnos al siguiente segmento de la canción. Ahora Bohemian Rhapsody toma la forma de una balada rock, se une la batería mientras el texto empieza a contarnos la historia de un asesinato, esta vez sin tapujos: «Madre, acabo de matar a un hombre. Puse un arma contra su cabeza, apreté el gatillo y ahora ha muerto». Este asesinato, como se verá más tarde, es sencillamente una forma de situar al personaje en una situación sin salida por dos razones: la primera porque es una forma de llegar sin más remedio al cruce entre lo real y lo imaginario como vía de escape, la segunda porque da al texto un hilo narrativo que va a potenciar la parte operística –luego veremos cómo-. Quizás lo más expresivo de este pasaje se la apelación al amparo materno: «Mamá, jamás quise hacerte llorar, si no vuelvo mañana a esta ahora continúa, continúa, como si nada importara», porque esta necesidad de amparo va ligada a la renuncia del mismo. El narrador priva de toda importancia a su persona e insta a su potencial protectora a restársela a todo, cobrando el contraste en realidad y ficción un sentido de gran peso en la canción: ante la desesperación, la negación de la realidad es la única salida y se tiende a una observación deformada del mundo. Es en esta parte cuando la canción se empieza a recrudecer. La voz Freddie Mercury pasa de melodías altas a tonos ásperos más propios del rock, perfectamente acompañada por el piano, que empieza introducir acordes más graves, y la batería, que entra en la canción para dar más contundencia a versos como «No quiero morir, a veces no deberíamos nacer», lo que da paso al solo de Brian May, siempre con el sonido personal que le da el uso de una guitarra única, que empieza con una melodía cuyas notas se van sucediendo cada vez más rápido, acompañada por una batería que se sale del mero cuatro por cuatro machacón, típico del rock, para fortalecer ciertas notas, y dar paso así a un nuevo pasaje. La parte operística –quizás la más chocante de la canción, por tratarse de un grupo de rock-, comienza con un acorde de piano que marca el pulso para iniciar una escena en la que el asesino va a ser ajusticiado por un jurado –¿de demonios?-. Se trata de un diálogo en el que el criminal pide clemencia y sus jueces se la niegan. No está carente el fragmento de recursos en cierta forma cómicos –un ritmo rápido y melodioso, voces extremadamente agudas y superpuestas-. El uso de diferentes juegos de voces y la intercalación de silencios y toms en la batería acotan diferentes intervenciones en un diálogo que, enlazándose con escalas de piano, configuran el diálogo del juicio. Pese a la imploración, el jurado niega al asesino el perdón y lo hace en nombre de Dios: «¡Bismillah, [en nombre de Dios, بسملة], no, no te dejaremos marchar!». La escena es tragicómica: podemos imaginar al acusado postrado ante el jurado, pidiendo clemencia, mientras estos la niegan bajo a una lluvia de truenos y relámpagos, con los brazos agitándose alzados al viento. Estamos viendo el drama desde la perspectiva del acusado, apesadumbrado y cercano a la muerte, sin embargo, la actitud del jurado nos recuerda que se trata de un asesino. Quizás es la parte del texto más compleja: aparecen Scaramouche, Galilleo, Fígaro -personajes en los que no vamos a entrar en este artículo, dedicado solamente a una primera escucha- y, en contraste con la invocación a Dios (Bismillah), Belcebú, quien ha puesto un diablo a la vera del acusado causándole todo mal: la irrealidad, dibujada ahora mediante la mitología, sirve para culpar a un ser demoníaco del mal causado por el acusado, que rechaza su destino e intenta evitarlo implorando perdón y negando su culpa. La batería ahora empezará a marcar el ritmo para lanzarse junto a las cuerdas a un pasaje de rock puro. El texto se vuelve más egocéntrico. Aunque permanece esa negación de la realidad, esa determinación por escapar -«ahora mismo me largo de aquí»-, existe un conflicto con un personaje que hasta ahora no había aparecido, seguramente una pareja sentimental a quien recrimina: «Así que crees que puedes amarme y abandonarme en la muerte». El perfil del personaje rockero es manifiesto: una fuerte personalidad que enmascara cierta debilidad, totalmente coherente con la situación sin salida que atraviesa el personaje en toda la canción. Pese a que se busca en esta parte una representación arquetípica del rock, Queen sabe ir más allá y enlazar los versos del texto con redobles que rompen el ritmo, recurso que seguirán utilizando mientras suenan diferentes pistas de cuerda que nos van sacando del rock enérgico para devolvernos a la balada inicial. Este retorno a la balada cierra la canción, concluyendo con la tesis del «realmente nada me importa». Ya han desaparecido todos los demonios, incluso las llamadas a la madre, no hay ni amenaza ni amparo: todo ha desaparecido, nada importa. La guitarra de Brian May, sonando especialmente dulce, da paso a la voz de Mercury, que termina, con los últimos compases de piano y algún arreglo de guitarra, una canción que va decayendo hacia el silencio, hasta que al final suena de fondo un gong, un último golpe de percusión -en principio abrupto para el final de una tema, pero que en la edición de la canción se ecualiza para ser sólo un detalle final- que se va desvaneciendo hasta el momento difuso en que el gong deja de vibrar y todo acaba. VEA TAMBIÉN Gotardo J. GonzálezOtras obras de Música Este artículo en los foros de Lenguas de Fuego
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Revista de Cultura Lenguas de Fuego - ISSN 1886-3027
Última actualización: 1 de abril de 2008 |